miércoles, 4 de julio de 2007

Alguien que sufraga

Nuestras elecciones desde otro ángulo (el mío).


El pasado primero de julio concurrimos una vez más a votar, a emitir el sufragio como me dijo mi vecina, emponchada hasta la nariz, que a eso de las diez de la mañana, hora en que yo me disponía a darme una vueltita por las escuelas, volvía de votar. Había ido a las ocho porque ella es bien patriota y va temprano, pero no encontró en su mesa ni presidente, ni mesa, ni casi nada más que una ventolera, probablemente idéntica a la que cualquiera de ustedes y sobre todo los que cumpliendo con estoicismo su carga pública desde las ocho de la mañana hasta, en algunos casos, las doce de la noche, soportaron ese gris y maravilloso día de ejercicio democrático

Elecciones: Internas abiertas. Obligatorias. Simultáneas; más conocidas (si escribo alias “…. “ podría herir algún ser susceptible y no está en mi intención hacerlo) como elecciones primarias. De eso se trataba, lo aclaro por si acaso, por si hay algún distraído que todavía no sabe para qué hizo cola ese día.

[…] Más allá de cierto fastidio, hasta en algún punto comprensible, y de inocultables inconvenientes, el nuevo sistema es un avance en cuanto a la transparencia y la legitimidad de los candidatos (El Litoral, 01 de Julio de 2007) […]

Esquivada la vecina y habiendo elegido caminar después de pensarlo mate en mano durante largo rato, me dirigí a la escuela que como quien dice, me tocaba. En la plaza me encontré con Pepe que iba del brazo de su señora gesticulando y con la campera abierta, mientras ella asentía debajo de una bufanda y un enorme chal cuyos flecos volaban al viento en ese día patrio cual bandera el 9 de Julio (estoy viejo, así que ya no pido perdón por los sarcasmos, es un derecho bien ganado por los viejos y además porque, según leí por ahí -pongo así porque como estoy viejo no me acuerdo dónde ni cuando para citarlo-, al llegar a los setenta se ingresa en la edad de la sinceridad y, si bien me falta para los setenta, como el asunto ese de la sinceridad me gusta, me mando de colado).

GM: ¿Acompañando a la vieja?

Pepe (interrumpiéndome y parando para hablar, cosa que yo no pensaba hacer, intuición que le dicen): Ya le dije que no vote, que no hay que votar, pero ella siempre fue terca.

La Vieja: Si, papá me dijo que no me case con vos y mirá.

GM: ¿Qué le anda pasando don Pepe?

Pepe: Nada, qué me va a pasar, si después de los sesenta pretenden que ya no te pase mas nada. Claro, si hay que votar… votarlos… ahí se acuerdan de uno y encima, como no saben cómo arreglar sus chanchullos internos arreglan las leyes como se les da la gana para ver quién sigue comiendo de la torta y guarda lo que va sobrando para parientes y amigos.

La Vieja: Te va a dar un ataque Pepe. Pará que te va a hacer mal.

GM: ¡Me extraña don Pepe!

Pepe: Ahora me vas a decir Gerardo que estás de acuerdo con este mamarracho y este doble gasto y que hay que ir contento a votar con lo que estamos viviendo que ni salir a la calle se puede

GM: Está bien Pepe, pero la democracia…

Pepe: La democracia un carajo che, que la democracia… que la democracia. Cada vez que quieren no contestar a algo salen con el asunto de la democracia y nadie discute eso (si vos sabés que me mataron a mi cuñado que no mataba una mosca pero como estaba en centro de estudiantes de Filosofía y Letras en Rosario no se qué se creyeron esos hijos de puta y lo mataron por las dudas)

La Vieja: Eso ya pasó hace mucho Pepe.

Pepe: ¡Por eso!, qué joden con que uno no puede quejarse u opinar distinto que te salen con la democracia, y uno lo que está diciendo es que ya o se puede vivir así.

La Vieja: Es que el viernes nos entraron a la casa mientras fuimos al súper y Pepe se lo tomó muy mal Gerardo yo tengo miedo de que se me enferme, y desde el viernes que dale con que no va a votar dale con que yo tampoco vote. Pero los chicos quieren tramitar la doble ciudadanía y mire usted Gerardo si porque no tengo el voto sellado no me la dan y ellos se quedan sin poder tramitar la suya.

GM: No creo Inés, una cosa no tiene que ver con la otra.

La Vieja: Yo por las dudas no me arriesgo

Pepe: Y por eso va a votar, fíjese Gerardo, es más honesto lo que yo hago, no voto y me aguanto la que venga. Siempre voté y siempre, aunque sea a último momento, voté con un poquito de esperanza. Pero hoy no voto, NO VOTO NADA, es más, no voy a votar más. Además de obligaciones tengo derechos

La Vieja: No grités Pepe y vamos que hace frío y después se hace tarde y te enojás si no está la comida lista.

Pepe: ¿Y vas a votar nomás?

Pepe y su mujer cruzaron hacia la Juan de Garay (la quince como le dicen algunos) y yo me decidí a desviarme y entrar en el lustroso, renovado y encandilante parque para ver de cerca por qué, a cuarenta y ocho horas de su apertura, había de esas cintas amarillas que usa el municipio rodeando uno de los juegos, impidiendo el acceso.

Bueno parece que se hundió el piso. En fin…

En la escuela donde voté, de patio techado y piso de mosaicos gastados, encontré arrinconadas contra la pared las mesas, y sentados a ellas bien emponchados, con un paquetito de bizcochos y dándole al mate: el presidente asomando detrás de la urna junto a los demás. Sobre las paredes, sostenidos con cinta adhesiva estaban los padrones y el agente de la policía zapateaba para calentarse los pies.

Otrora el mediodía era una buena hora para los impacientes, en estas elecciones ese horario y el de las seis de la tarde se vieron abarrotados, así que tuve tiempo suficiente para lo que más me gusta: mirar y escuchar. Lo que me costó es elegir qué contarles.

Diálogo 1

Pte. De mesa: Pase abuelo.

Abuelo: Ya traje el voto, acá lo tengodijo mostrando un sobre cerrado.

Pte. de mesa: Tiene que pasar al cuarto oscuro y colocar su voto en este sobre firmado.

Abuelo: Pero si ya lo tengo acá —dijo y entró mascullando palabras que me hubiese gustado entender.

Diálogo 2

Pte. de mesa: Bueno, no se lo tome tan a pecho hombre, que su nieto es muy joven, ¿diecinueve dice que tiene? Ya va a madurar. Seguro que para las próximas elecciones lo tenemos por acá acompañándolo.

Hombre: ¡Pero no venir a votar! ¿A usted le parece? A dónde vamos a ir a parar —dijo. Le calculé que tendría unos ochenta y creo que me quedé corto.

Las seis de la tarde. Radio o tele, y mate y… la espera, y, más allá de los resultados: la esperanza en nuestros representantes, los que sepamos conseguir.

Nietzsche decía que la esperanza es el peor de todos los males pues prolonga el tormento, muchos creen que es lo último que debe perderse, otros como Borges opinan que nadie se siente feliz en el presente. La felicidad corresponde más bien al pasado, a la nostalgia, a la esperanza. Usted elija.