lunes, 30 de agosto de 2010
Romanos.12
sábado, 28 de agosto de 2010
Estampa santotomesina
Cinco treinta de la mañana:
La barredora nueva recorre las calles.
Carlos se toma unos mates, después a eso de las seis, sale en su automóvil. Vive en un chalecito que pasó construyendo durante cuarenta años; uno de esos cercanos al Banco Nación. Va al Centro de Jubilados y Pensionados, va como colaborador (entiéndase: sin sueldo). Su tarea es entregar los bolsones de alimentos que envía el PAMI. Desde las seis y media de la mañana muchos santotomesinos, mayores de sesenta años reciben este ¿subsidio?
Entretanto Inés que tiene 19 años y cursa el segundo año de enfermería en Santa Fe, aguarda la “C. Azul” en una esquina cercana a la plaza Libertad. Tiene una asignación, una beca que le cubre parte del costo mensual pasaje. Va soñando con ser enfermera de quirófano.
A esa hora
José es agente municipal de tránsito y su esquina es la de Maciá y 7 de marzo. Cuenta: uno, dos, tres, cuatro, y levanta la mano y detiene una fila de automovilistas ansiosos; hace una señal y los autos de la otra fila, que permanecían detenidos, comienzan a rodar. Cuenta otra vez uno dos tres cuatro y repite la operación. Desde las siete menos cuarto hasta las ocho y media levantará la mano, hará señas y contará cientos de veces uno dos tres cuatro.
A lo largo de la avenida, en las garitas flacas del colectivo, los estudiantes esperan abrazados a las carpetas, retorciéndose de frío porque así son los jóvenes: primero “el look”.
Hacia el puente desfila un grupo de obreros de la construcción, fácilmente distinguibles por sus ropas y sus bicicletas. Sostienen el manubrio con una sola la mano; a la otra la llevan en el bolsillo del pantalón para protegerla del frío. Pedalean un rato y cambian de mano.
En el puente la niebla oculta el río.
Juan cruza en bicicleta; su hijo, un niño de nueve o diez años, se aferra fuerte a él lleva la cara apoyada en la espalda de su padre para cubrirse del viento del otoño.
Un rato después Andrés carga los suyos en la cuatro por cuatro y sus hijos se reirán y pelearán en el interior confortable del vehículo de camino a una de las escuelas privadas.
Fabiana logró hacer arrancar el Taunus “Un día más piensa; el viejo enclenque arrancó un día más”.
Un atleta inicia su entrenamiento del día. Su aliento puede verse en el aire mientras corre pegado a la baranda, compitiendo con algunos ciclistas por la vereda.
Las motocicletas zigzaguean adelantándose ahora por la derecha, ahora por la izquierda.
Un automovilista descuidado toca el paragolpe del que va adelante. La fila se detiene bruscamente. Hay bocinazos, luces de balizas, algunos insultos. Esta vez no ha pasado nada. La marcha se reanuda.
Un pescador, recorre pacientemente el espinel.
El sol se va asomando detrás de los edificios del Parque del Sur.
jueves, 26 de agosto de 2010
La Pocha
Lo que yo más admiraba de La Pocha era esa memoria de elefante, para ser gráfico, ya que por todos es conocida y aceptada la metáfora. Ella sabía en el revoltijo de cajas en que guardaba sus libros, cajas que que previamente forraba con géneros que compraba de oferta, que cubría con almohadones que ella misma hacía y que le daban al lugaruna sensación como de mareo con tanto color desordenado y encimado, pues bien en ese orden imposible, La Pocha siempre sabóa dónde se encontraban cada uno de sus libros y, sin dudar, abría la caja correcta.
Lo único un poco incómodo era que los que la visitábamos, los que asistíamos a los viernes de vino, teníamos que andar levantándonos de las cajas-sillones, para que ella pudiera abrirlas mientras nosotros escogíamos otra donde sentarnos, por un rato nomás, ya que La Pocha se la pasaba sacando libros de aquí y de allá, por lo que si alguien pudiese ver, sólo ver, sin oír lo que allí ocurría, habría pensado que se trataba de algún extraño juego de cambio de lugares, de esos con prendas para los perdedores, o algo por el estilo.
Si bien los temas en la casa de La Pocha eran diversos y ruidosos, acompañados por la guitarra del Guille o los viejos discos de Silvia, la literatura se llevaba las de ganar, porque La Pocha no tenía ni quería tener otro tema de conversación, excepto que se tratara de alguna vieja película europea repuesta en algún canal de cable, o el descubrimiento de un vinillo tardío con sabores a madera y pasas, que gustaba acompañar con criollitas untadas con queso roquefort, presa de un éxtasis que los que la conocíamos sabíamos que no debíamos interrumpir aunque fuese para anunciarle que la mismísima felicidad en persona se encontraba llamando a su puerta
La Pocha había enviudado de mi hermano Miguel hacía una decena de años y todavía insistía en guardar sus cenizas, porque si bien él le había pedido que las arrojara a las aguas del Salado y me había hecho jurar que yo se lo iba a hacer cumplir: “Escuchaste Gerardo, mirá que si no lo hacés vuelvo, y te tiro de las patas mientras dormís” me había dicho; pero ella decía que ni loca lo iba a tirar a ese río lleno de caca y que se acabó el tema y que después de todo, al que le iban a tirar de las patas mientras dormía era a mí y no a ella.
Fue después del cáncer que se llevó a Miguel de buenas a primeras sin darnos tiempo a nada que ya estaba muerto, acostado en su cama y con su mujer agarrándole la mano y rezando para que se vaya directo al cielo, que la Pocha se convirtió en “La Pocha”, la que ahora es esta otra Pocha, que, ni bien se lo llevaron a Miguel para la funeraria, plantó bandera y mandó al diablo el estudio contable y se dedicó a vivir encerrada en la pequeña casita donde entraban sólo los invitados de los viernes de vino y digo invitados porque La Pocha era así: un día se levantaba cruzada y ¡Guay! del que cayera sin invitación.
Fue Gloria la que me avisó. Gloria tenía una llave de la casita que usaba todos los jueves a eso de las ocho y cuarto de la mañana para entrar sin necesidad de despertar a La Pocha. Ingresaba silenciosamente para volver a salir y luego regresar con las provisiones para la semana. Después, siempre silenciosa, ordenaba y limpiaba todo lo que le era posible dadas las pilas de libros y papeles que La Pocha tenía por todos lados y que, en caso de encontrar fuera de lugar era capaz, siguiendo con los lugares comunes, de hacer arder Troy. Después de sus acostumbrados quehaceres silenciosos, Gloria se atrevió a llamar a la puerta de la pieza de La Pocha, no sin antes persignarse por las dudas y, como nadie contestó, se persignó nuevamente y entró, y no fue La Pocha recostada en su cama, que sonreía como soñando despierta abrazada a uno de sus cuadernos sobre el que podía leerse: “Finalmente lo sé, escribir rima con morir”, sino aquel olor que se le pegó a la nariz y según ella no se le fue más, lo que la hizo darse cuenta; y llorar.
El día menos pensado
Ahora sí
La Feria
Nadie tiene la culpa
La Vuelta
Él debía haber estado toda la vida en el campo, […], pero la fatalidad lo hizo orillar Mataderos. Luego conoció las fábricas […]; tuvo su carrito, laburó de transportero, se complicó de la forma más estúpida en un robo, y cuando quiso acordarse, tuvo el manyamiento encima y un prontuario a la cola. Y el alma se le agrió. (*)El semáforo de 7 de Marzo y Centenario es como quien dice bien corto y tuve que empezar a correr a mitad del cruce por culpa de Arlt.El bocinazo me levantó cinco centímetros del suelo.—Andá a leer a la plaza, viejo —escuché.(*) Aguasfuertes Inéditas de Robero Arlt. Biblioteca Página 12 -Junio de 1996-.
domingo, 8 de agosto de 2010
Tío desconcertado en el día niño
Es un tío desconcertado en el día del niño
Una de las alternativas para solucionar el gran problema del regalito es una mascotita pero mis sobrinos ya tuvieron una y si mal no me acuerdo su ingreso al maravilloso y hasta ese momento, agradablemente aromático hogar de mi hermana, fue mas o menos así y paso a citarla porque todavía ahora, ya en mi cama y con la bolsita de agua caliente en los pies me parece estarla oyendo:
“Hamtara (Hamtara colita lluviosa, para más datos) vos podés cree, así le pusieron de nombre al bicho. Finalmente lo supe (aunque tarde, como siempre). Uno debe tener una mascota para sus hijos. Luego, un hijo para su mascota.
—Mamá quiero una mascota.
—No.
—Vos me prometiste.
—¿Cuándo?!
—Un hamster.
—Ni sueñes.
—Por qué. Buaaaa!!!!!
—Ratones no.
—No es ratón es hamster.
—Después hablamos.
—No, vos nos prometiste, vos nos prometiste.
—¿A quieeennnn?!
—Buáaaaaa!!!!!!!
Por la noche… y si, la vida está llena de casualidades
—La encontré, bueno, me encontró.
—Gracias mamá, gracias mamá. ¿De quien es?
—De los dos.
—Pero yo quería una para mí, a Leonardo traéle otra mascota. No es justo.
—A Angi traéle otra. Esta es para mí.
—¡Es de los dos! O la tiro por la ventana.
—Pero yo le elijo el nombre, E-NA-NO.
—Yo le elijo. Yooooo.
—Yooo, Buáaaaa!!!!
—Mamá Angi no me deja ponerle nombre.
—Uno cada uno, ¿si? ¿Siiii?
—Si, yo primero, E-NA-NO. (Se supone que “enano” es un insulto)
—No, yo primero.
—Mamaaaááá.
Aborrezco a mi gato, su andar sigiloso por la casa en la noche me vuelve insomne. Los ruidos que emite me crispan los nervios. Si al menos maullara, pero no, si hay algo que no sale de la boca de Hamtara (Hamti para los íntimos) es: miau. En cambio emite esos gorjeos fantasmagóricos dignos de incluirse en cualquier novela de King. Con los perros es otra cosa, uno los odia por otros motivos: esas desproligidades higiénicas como hacer caca en el patio o babearte las piernas mientras estás sentado a la mesa, esperando que le arrojes comida. ¡En que c------(lean carajo, mi buena educación no me permite pronunciar groserías, sólo insinuarlas) habrá estado pensando el cromagnon que adoptó al primer perro!
Siempre lo dije, las bestias en la jungla; nosotros en los departamentos, de tres ambientes (ambientecitos), sin balcón (ni patio, obvio).
—Mamá, Hamtara te quiere lamer ¡que lindo!
—Sacame el gato sacame el gato. ¡SACAME EL GATOOO!
—Es que vos no la querés.
—No.
—Leonardo mamá no la quiere a Hamtara. Buaaa!
—Mamá, Angi dice que vos no querés a Hamtara.
—No, definitivamente.
—Dejála Angi, mamá es mala.
Y al rato…
—¡Mamáaaa, la Hamti se cagó en la cama de Leonado!”
Bueno, gracias a Dios el gato se cansó de mis sobrinos y se las tomó por lo que la casa de mi hermana dejó de oler a orines.
Pero me fui por las ramas y no hablé de la ajetreada mañana que pasamos a los codazos en la juguetería tratando de encontrar algo que a ellos les gustara y que además se adaptara a nuestro presupuesto, cosa de por sí incompatibles de entrada misma. Luego de arduas deliberaciones durante un par horas soportando la risa falsa de la vendedora salimos con dos paquetitos que colocamos sobre las almohadas de sus camas sin tender, porque mi hermana para este año decidió que el que no arregla su cama duerme como la dejó al levantarse. Dato al margen: hace una semana que las camas parecen nidos de carancho y Beatriz se mantiene con estoicismo, Dios sabrá hasta cuando porque yo estoy viendo que la piel de la cara ya se le está volviendo verde cada vez que entra a las habitaciones.
Niños: hijos, sobrinos, nietos, hijos de amigos, y…comerciantes, la combinación ideal para que nosotros, las pobres víctimas de estos sistemas macabros del Día de….vivamos con el corazón el la boca y los bolsillos vacíos.
En fin, son nuestro niños ¿Quien no espero un juguete el día del niño? así que no es que seamos estúpidos, es que amamos ver sus caras mientras abren los paquetes y por eso, sólo por eso, participamos de este juego que beneficia a pocos y deja muchas caras tristes, tanto de padres imposibilitados de agarrarse a codazos en la jugueterías como de ver las caritas, esas caritas que nos reconcilian un rato con la vida.