sábado, 20 de octubre de 2012

Pasajeros de la lluvia

Cuando me senté a escribir esta columna llovía; hoy que la retomo, tres días después, no llueve y me pregunto qué hacer con la introducción que tal como está, delata que, a veces, escribir quinientas palabras se me hace cuesta arriba, vaya uno a saber por qué. Podría cambiar la introducción, pero claro, está el problema de las quinientas palabras que se me figuran quinientas páginas, así que estoy considerando esperar tres días más lo cual me solucionaría el problema porque dentro de tres días parece que lloverá otra vez.  Una tercera opción sería esta: hace un sol espléndido –así decía mi tía la soltera, “hace un sol”‒, pero hace tres días llovía y dentro de tres lloverá otra vez, entonces podré escribir, sentado, hoy, que hace sol, algo como:
Llueve otra vez.
¿A ver cómo lo dice Javier?, el niño-personaje de Un Verano
“Llueve. El techo de la cocina tiene un agujero. Mamá pone una olla abollada donde caen las gotas que hacen “clinc”. Cuando la olla empieza a llenarse, las gotas hacen “clong”. Mamá lo mira a papá y él mira para abajo.
—Lo voy a arreglar —dice.
Mamá no dice nada.

Sigue lloviendo
está todo gris
el cielo está gris, también el patio
y el aula
es como si el cielo se reflejara en todo”.

Bien, llueve; para Serrat, sobre los chopos medio deshojados, sobre los pardos tejados, etc., demasiada melancolía para sumarle a un día lluvioso y pesado, bien santotomesino el día, de un lado nubarrones que anuncian que el cielo se viene abajo (por el peso del granizo); del otro lado claridad, una claridad pegajosa y demasiado brillante para mi gusto.
Bien, llueve, menos mal que no llovió para la feria, claro que algunos chaparrones cayeron, como la ausencia (por fallecimiento de la suegra, eso me dijeron y agregaron, “es que se quedó a festejar”, así que no sé si era cierto o broma y no me puse a preguntar por pasar por pavo) de   Daniel Riera, cosa que lamenté especialmente.
Llueve y mañana lloverá.
El niño-personaje de Un Verano es santotomesino, al igual que se autor/a -no soy ambiguo en este punto por falta de certeza sino por estar a tono con la moda y con la forma en que reconocemos la sexualidad asumida como género –digo, por citar el ejemplo más conocido, que Florencia de la V, ahora Florencia Trinidad hasta en la partida de nacimiento, como bien ella dice es mujer y  sus genitales, entre otras cosas, nada tienen que ver su sexo, femenino por elección y femenino por documentación‒, pero volviendo, decía que el autor/a de Un verano se quedó sin que le publicaran su trabajo –aunque una editorial reconocida se había comprometido verbalmente en hacerlo y hasta lo había publicitado como uno de sus próximos títulos‒ y ahora anda buscando blog o editorial u oreja para su novelita infanto-juvenil, como se da en llamar  a trabajos como estos,  más o menos cercano a la literatura, salga de su computadora, aunque más no sea a tomar aire un rato.
Pasajeros de un tren de juguete, estos aficionados a la literatura, tienen algo en común con sus personajes, ellos viven dentro de un libro y  miran por la ventanilla y lo que ven es  cómo pasan frente a sus ojos la que piensan será su oportunidad de llegar a la estación que buscan,  la que anhelan, la que los convertirá –como en los cuentos de hadas‒ en escritores.  Bien empleada, tal espera puede dar buenos frutos, claro que tienen  cuidarse de que el movimiento del tren no les haga hacer mala letra.
El que no hizo mala letra aunque escribía arriba de un barco, fue Herman Melville,
que me viene a la cabeza porque se cumplieron 161 años de la primera edición de Moby Dick, lo que me lleva a pensar que la venganza, al igual que la envidia, puede ser un motor constructor o destructor según las manos en las que se encuentre, digo, por quitarle algo de mala fama a tan despreciada virtud, es que se me ha dado por voltear mitos, que se le va a hacer, cosas que pasan cuando llueve y cortan la luz, lo que le da a uno tiempo para andar pensando. 
Es sábado. Llueve otra vez, es que pasaron tres días más hasta que logré completar el cupo requerido para subir la columna, cosa que me apresto hacer, mientras pienso que los muchachos del servicio meteorológico andan más que acertados en sus vaticinios acuosos. Lástima la peña de Raíces Argentinas que es esta noche a partir de las veintiuna, en la Escuela Juan Garay y no se suspende por mal tiempo. Espero que no se les mojen los ponchos (ni los choripanes).

La isla de Robinson

“¿Quién es aquel, que burlado en sus esperanzas, resentido por la ajena injusticia, labrado de pasiones o forjándose planes quimérico de ventura no ha suspirado una vez en su vida por una isla como la de Robinson?
Esta isla afortunada está allí en la de Mas-a-fuera, aunque no sea prudente asegurar que en ella se halle la felicidad apetecida. 
¡Sueño Vano!...Se nos secaría una parte del alma como un costado a los paralíticos, si no tuviésemos sobre quienes ejercitar la envidia, los celos, la ambición, la codicia, y tanta otra pasión eminentemente social, que con apariencia de egoísta ha puesto Dios en nuestros corazones, cual otros tantos vientos que inflasen las velas de la existencia para surcar estos mares llamados sociedad, pueblo, estado. ¡Santa pasión la envidia! Bien lo sabían los griegos que le levantaron altares”
El párrafo anterior pertenece a Domingo Faustino Sarmiento; a sus Viajes en Europa, África y América. Hace un buen rato que tales aventuras –físicas e intelectuales-, esperaban en la torre de babel de mi meza de luz, torre donde se acumulan en desorden de idiomas,  nacionalidades y siglos,  autores célebres o ignorados, geniales o abominables.
Me preguntaba, mientras leía –preguntarme mientras leo es una vieja costumbre, de la que, como del cigarrillo, no me puedo desprender-, acerca del ejercicio de la envidia -rasgo de carácter con tan mala prensa-, y sus manifestaciones más o menos delatoras en las llamadas redes sociales –yo las veo más bien como un ovillo de lana a merced de las garras de un gato, las llamaría por ejemplo: enredos sociales-, y  hacia allí me dirigí con un clic, que me parece es lo más cercano que uno estará –al menos yo- de esos transportes de fantasía que se activaban en la vieja serie televisiva con un Sr. Scot, transpórteme,  hacia otros sitios, sin mover un músculo.
Me bastó con leer unos pocos comentarios y otros tantos tweets, para confirmar mi sospecha de que la envidia no le escapa a convivir con los santotomesinos.
Claro que además existen otras redes u ovillos llamados: centro de; asociación de; sociedad de; lugares donde la envidia deambula rostros –no ya virtuales- y sobre todo lenguas.
Aprovechando un claro entre chaparrón y chaparrón me corrí hasta el taller de –entenderán que no lo nombre- y la grata perecedera convivencia, me ofreció  un claro ejemplo de, permítaseme el término, envidiosidad, oculta tras besos y sonrisas y aplausitos complacientes.  Excepciones habrá, eso es seguro, ya que, como todo el mundo sabe son las excepciones las que hacen las reglas.
Comprobado empíricamente, el pensamiento de Sarmiento me lleva a reivindicar la tan vapuleada envidia, que, bien utilizada, empuja los engranajes de la creatividad, hace girar la rueda del ingenio, mantiene el espíritu alerta, la mente ágil y hasta produce Adonis y Venus con los cuales deleitar la mirada.
Confirmado, como amenaza lluvia, quédese en su casa y experimente desde allí, haga clic –es decir accione- y auto transpórtese; la envidia entrará a su pantalla y bailará baguala y bailará catanga.  
Cortázar, digo,  ¿clasificaría a la envidia como cronopio o como fama? ¿Y usted?