La conveniencia de tener un enemigo a mano.
Temprano, mate amargo en mano, repaso diarios
virtuales, artículos, comentarios, y pienso en la inmediatez; en que con un
clic se puede comentar, verter opinión, enjuiciar y juzgar todo a la vez y
además ser leído y obtener una respuesta, otra vez, inmediatamente. También
pienso que la facilidad con que podemos dar nuestra opinión tiene por
contrapartida que muchas veces trae aparejado el hecho de que no nos tomamos el
tiempo necesario para la reflexión -como decía mi abuela, contá primero hasta
diez-. Lo digo porque en muchos de los comentarios salta a la vista la lectura
rápida -y hasta incompleta- que lleva necesariamente a la interpretación
equivocada, equivocada o más bien equívoca de lo expresado en el artículo, hecho
que acto seguido convierte el espacio reservado para los comentarios en un
campo de batalla verbal, se entiende, que, de todas maneras, no evita que corra
sangre porque todo el mundo sabe lo filosas que son las palabras.
Hace tiempo leí un ensayo de Umberto Eco, italiano,
escritor, pensador-ensayista, semiólogo, autor entre otras de la novela El
nombre de la Rosa. Aquel era un texto que intentaba acercarse a definir la
identidad -válido esto para una persona como para un país o un grupo unido por
una idea común-, a partir de la diferencia, no cualquier diferencia sino
aquellas irreconciliables, aquellas despreciables, aquellas capaces de construir
un enemigo. Lejos de agotar el tema en cuestión, el ensayo era un esbozo, un
boceto, una pincelada. El mismo autor había llamado a los argumentos que
componían aquel libro “piezas de ocasión” y en verdad así los percibí, como piezas de un
rompecabezas o de esos juegos infantiles con forma de ladrillos para encastrar.
Los textos de Eco entregaban las piezas o los ladrillos dejando huecos -piezas
faltantes-, líneas entre las líneas que el lector potencial, necesariamente,
imagino yo, completaría con la construcción de su propia visión sobre el tema.
Y siendo un lector eso hice. Trasladé el argumento o más bien las argumentaciones
en el tiempo y el espacio y de pronto me encontré acá, quiero decir en mi país
en mi provincia en mi ciudad y supuestamente en el mundo a la vez gracias a esa red de
comunicación, que paradójicamente también nos incomunica, la
imprescindible Internet (con el último
adjetivo intenté ser sarcástico).
Y así
gozando del atributo de la omnipresencia que permite la conexión inalámbrica me
sentí identificado con estas palabras de Eco “…una de las desgracias de nuestro
país en lo últimos sesenta años, ha sido precisamente el no tener verdaderos
enemigos”. La frase de Eco se desprendía de un episodio vivido por él en el
cual un taxista paquistaní, entre otras cosas le preguntó quiénes eran los
enemigos de los italianos. Ante el asombro de Eco el taxista le aclaró que lo
que le estaba preguntando era con qué país estaban en guerra, dando por hecho
que todo país está necesariamente en guerra con algún otro, a lo que Eco
respondió que Italia no tenía enemigos.
Luego de bajarse del taxi, Eco siguió pensando
y concluyó que lo que debería haber contestado era que Italia no tenía enemigos
externos, o en todo caso, los italianos no lograban ponerse de acuerdo sobre
quiénes eran los enemigos externos porque
siempre estaban en guerra entre ellos mismos.
Con los comentarios implacables, cargados de
frenesí frente a mí, titilando en el azul de la pantalla y las palabras de Eco
desperezándose y llegando desde alguna celda de mi cerebro donde habían estado
dormidas, me pregunté si los argentinos hemos sido siempre así, quiero decir,
como nos delatan nuestras palabras enconadas y partidarias y lo que ocurría era que la no inmediatez
anterior a la red lo ocultaba, o tal vez, siempre nos hemos tratado como
enemigos con cualquier excusa ya sea de las consideradas banales o las que
ostentan -por convención- el título de importantes de las que nadie,
absolutamente nadie, puede abstraerse o permanecer ajeno, sin caer en el
repudio y el destierro social:
“Tener un enemigo es importante no solo para
definir nuestra identidad, sino también para procurarnos un obstáculo con
respecto al cual medir nuestro sistema de valores y mostrar, al encararlo,
nuestro valor. Por lo tanto cuando el enemigo no existe es necesario construirlo”,
reflexionaba Eco.
Debo adherir a la frase anterior y transcripta.
Basta darse una vuelta por los diarios digitalizados, los blogs o Facebook,
para comprender el por qué de mi adhesión no ferviente, ni inmediata, sino
penada, mirada como quien dice desde lejos, para que el árbol no me tape el
bosque.
Al menos por el momento parece que nos
construimos como ciudadanos, como
hombres y mujeres comprometidos, a partir de la construcción del otro como
enemigo. ¿Una lástima no le parece? ¿Será evitable? Tal vez la definición de
diálogo tenga la respuesta, pero la dejo para la próxima.