Diego Reynoso Mántaras, presidente
del Instituto Belgraniano del Litoral, ha buscado, encontrado y publicado, el
documento que prueba de puño y letra de Manuel Belgrano que el patriota
descansó en Santo Tomé camino al Paraguay, tal como lo relata la tradición oral
santotomesina.
"Dejé al teniente Coronel Balcarce la comisión del embargo de la artillería, las municiones, plata y demás en el paso de Santo Tomé, porque se me acabó la paciencia para espe
"Dejé al teniente Coronel Balcarce la comisión del embargo de la artillería, las municiones, plata y demás en el paso de Santo Tomé, porque se me acabó la paciencia para espe
rar más tiempo esas pesadas carretas,
a que daría fuego de la mejor gana. Sólo esos útiles faltan para ponerme en
marcha". Manuel Belgrano
Es martes. Amaneció con alerta meteorológico y
una humedad bien santotomesina y otoñal; esa humedad bien conocida por las
camisas de los hombres y el pelo de las mujeres; esa humedad que lame las
veredas y los ánimos. Mi vecino amaneció con ganas de barrer así que ató una
caña a continuación de otra y le entró a dar al fresno del frente de su casa y
no paró hasta dejarlo limpio de hojas y ya que estaba de alguna que otra rama
joven.
Yo me encaminé para el río en busca de algo de
brisa y soledad. Subí por la calle asfaltada hasta la barranca y me disponía a
bajar a la playa cuando escucho una voz familiar
—¡Murillas!
Era Tomatis, lo supe de inmediato, me di vuelta
y lo vi sentado debajo del Algarrobo Histórico. Tenía las piernas abiertas, los
codos apoyados en las rodillas y las manos le colgaban en medio; de una pendía
el mate, de la otra el termo. De los labios un cigarrillo.
Qué hacés Tomatis, digo además de tomar mate.
—Me lamento.
—¿Ya te enteraste?
—Sí.
—Al final era cierto nomás, Tomatis.
—Sí.
—Te ganaron de mano.
—Sí.
—Estás caliente.
—Sí.
La última vez que vi a Tomatis fue en la
costanera, bajo la sombra del algarrobo oralmente histórico, solo que el que
mateaba yo. Ahora lo encuentro, monosilábico y ceñudo bajo la misma sombra del
mismo algarrobo certificadamente histórico de puño y letra por el mismísimo
Manuel Belgrano. En aquella ocasión, las cosas habían ocurrido más o menos
así: Yo explicaba que lo del algarrobo
histórico era nueva obsesión, que
Tomatis andaba diciendo que la historia primero se escribe y después existe y
lo del algarrobo no podía quedar sin resolverse por mucho tiempo más porque se
nos iba a caer en la cabeza en cualquier momento. Reuerdo parte de la conversación, yo le había
dicho que al menos estábamos seguros de la edad del árbol, y la cuentas
cerraban. Él me había mirado asombrado y yo dándole un mate le aclaré que Instituto
Belgraniano de Santo Tomé se ocupó de hacer estudiar la edad del algarrobo y
los resultaron fueron que tiene más de doscientos años, lo cual era un alivio,
por cierto. También le comenté de los
brotes que esperan tener el tamaño adecuado para ser trasplantados, en memoria
del original que todavía resiste.
Entonces Tomatis me dijo que
había que apurarse para que quedara por escrito cómo fue el asunto del presunto
descanso del General bajo la presunta sombra. Después se levantó como dudando,
pidió otro mate y me dijo: sebás el peor mate que conozco Murillas, pero dame
otro.
En aquella ocasión, como tampoco
lo haré ahora, le nombré a Saer, no le recordé que en junio de 2005 se le había
muerto el autor, que sin autor se había quedado congelado en La Grande. No se lo nombré entonces pero no hizo falta,
como no hace falta ahora.
Ya por entonces Tomatis andaba tras el
documento que prueba nuestra afirmación histórica incluida en la tradición
oral, a saber: el General, camino al Paraguay, descansó en Santo Tomé a la sobra del algarrobo según pudimos conocer
en el cuarto grado de la escuela primaria, cualquiera fuera la primaria a la
que asistiéramos siempre que fuese santotomesina, claro está, porque en ninguna
otra ciudad ni siquiera la más cercana, la ciudad a una piedra bien tirada
sobre el río, se hablaba de nuestro afamado y beneficiado árbol. Reynoso, al
igual que todos, escuchó a su maestra repetir la historia una vez más, pero a
diferencia de todos, quedó prendado de la anécdota.
El documento no era desconocido por los
historiadores, tan solo yacía olvidado, sin que se difundiera como corresponde
o como dice Tomatis, como los dioses mandan.
Pues bien, según Tomatis, un tal Reynoso
Mántaras le ganó de mano encontrando en el Instituto Nacional Belgraniano el
documento que prueba e inscribe en la historia el paso de Belgrano por nuestra
ciudad, quitándole la gloria que mi viejo amigo creía merecer y tras la que
había andado durante un tiempo.
—Documentos para la Historia del General Don
Manuel Belgrano, tomo III, volumen I, 1998, página 281, para ser más preciso
–me aclara Tomatis, pisando el pucho y después juntándolo y guardándoselo en el
bolsillo—. Una ciudad más limpia —me dice con una mueca.
Cosas de Tomatis, como el asunto de Las Nubes,
aquel manuscrito encontrado en casa de Washington Noriega, que lo tuvo
desvelado hasta que concluyó que debió haber sido una novela, nada más.
—Reynoso Mántaras preside el Instituto
Belgraniano del Litoral.
—Ya sé —me dice Tomatis y me pasa un mate
lavado o como él dice: camaloteado—, no es que los historiadores no supieran
del oficio que Belgrano mandó a la Junta, es que por acá nadie lo había visto y
menos hecho leer por todos.
—Estás viejo para andar envidiando ché —le
gruño mientras el agua hervida me quema el gañote.
—No hay caso Murillas, no me va a queda otra
que escribir la novela en verso.
—En eso pensaba.