sábado, 23 de agosto de 2014

LA CIUDAD DIBUJADA...hoy, un tallerista de Vecinal Oeste

Sarmiento y Centenario, ahí, justo ahí, sobre la bicicleta, un pie descansando sobre el pedal, el otro apoyado sobre el asfalto, las manos cerradas sobre el manubrio, la cabeza apretando el cuello torcido para mirar hacia atrás, hacia Belgrano, hacia Libertad, hacia Iriondo, el río la isla, el tallerista comienza su jornada. Después la cabeza gira y el cuello parece desenroscarse para volver a retorcerse, ahora para mirar hacia 25 de Mayo, Castelli, hacia la Sarmiento agrumada en el calor de la mañana. Es sábado, hace calor, Sarmiento es una calle gris y agitada; demasiado angosta. Uno siente que lo ajusta, lo aprieta. Él mira a ambos lado de la calle y decide que puede, como quien dice, lanzarse y, lo hace; levanta el pie que ha estado, de punta, asentado en el asfalto y, apoyándolo en el pedal, se da impuso irguiendo un poco el cuerpo, haciendo un movimiento hacia delante hacia la dirección en la que se encamina o mejor dicho bicicletea. Es media mañana así que el tránsito es regular, automóviles, motos, el colectivo, otras bicicletas, se alinean de mala gana, obligadamente ordenados por la estrechez de la calzada. Él pedalea despacio reconcentrado en lo que podríamos llamar el horizonte, ese lugar donde Sarmiento engañosamente parece terminar, pero no ese el sitio al que se dirige.
Va sentado un poco encorvado y en el canasto de la bicicleta carga un cuaderno, uno común y corriente que guarda una birome que se sujeta por el capuchón a la tapa blanda.
Fidela Valdez atraviesa Sarmiento a la altura del 3900, a la izquierda, justo antes de doblar para entrar por la calle hacia el sur, hay una casa. Él se detiene unos segundo a observarla, como cada semana, algo en las paredes agrisadas -que alguna tal vez fueron blancas, piensa-; algo en el amplísimo jardín del frente que parece abrazar la casa para continuar en el fondo, lo retiene cada vez, durante unos segundos.
Ha estado internado así que su mente está un poco más lenta que de costumbre, él lo sabe, pero ya no piensa en esas cosas. Alguna vez lo hizo, alguna vez no quiso someterse a la medicación que a la vez que le permitía insertarse en su mundo su micromundo, lo arrancaba de algún modo también de él, digo, del mundo pero también de él mismo.
Absorto en la casa no escucha el bocinazo que le reclama por la inmovilidad en medio de la calle, en medio de la mañana.
Ahora ha doblado definitivamente hacia el sur, se ha bamboleado sobre la bicicleta al, como quien dice, “bajar” del asfalto hacia la calle de tierra; ha rebotado sobre el asiento y el cuaderno se ha sobresaltado dentro del canasto perdiendo su pasajera que se ha soltado de la tapa para caer y rodar, inadvertida, hacia los pastos que bordean la calle y que enjutos, se meten en el cordón cuneta.
Al llegar a la primera esquina ha “subido”, por una rampa de tierra hacia el predio donde se extiende el playón deportivo, ha echado una mirada a la construcción que algún día, probablemente lejano, será un baño y que está detenida desde hace tiempo a la altura del techo, ha visto que el pasto ha comenzado a crecer dentro; ha pedaleado sobre la vereda y se ha enfrentado al doble portón verde, abierto por una hoja, se ha bajado y ha ingresado a la Vecinal Oeste.
Ahora dejará la bicicleta mientras murmura un hola quedo y corto y se sentará a la mesa larga -la mesa y el tablón- que tiene a los lados un banco deslucido que pudo hacer sido de iglesia, o al otro lado, sobre otro banco sin respaldo, verde y nuevo, hecho con jirones de madera.
Dejará la bicicleta entonces, y se sentará con la cabeza un poco inclinada, tirada hacia adelante, como queriendo meter la mirada en los intersticios de la madera; alguien le alcanzará una birome y él dirá gracias; alguien le preguntará por qué estuvo ausente las semanas aquellas de las que él tiene vagos recuerdos de enfermeras, inyecciones primero, píldoras después; alguien le preguntará si escribió. Él sonreirá, levantando un poco la cabeza, solo un poco, contestará me raptaron los extraterrestres y abrirá el cuaderno; después leerá unos veros cerrados oscuros.

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