sábado, 13 de septiembre de 2014

LA CIUDAD DIBUJADA…hoy, ensayo sobre la luz




El cielo encapotado, el cielo liso y cercano y la luz filtrándose a duras penas con ese color sucio ni gris ni blanco sin poder abrirse paso, empujando, empujando como un deseo increíble, como un preso, como un tigre o una mujer que a veces pienso es lo mismo, como esa mujer que se asoma a la puerta.
La veo está descalza y tiene el pelo sujeto, está descalza y se refriega las manos. La casa tiene piso de cemento y es cuadrada; un cubo en medio del pasto que ha comenzado a crecer. Un cubo gris como la luz, un cubo bajo aplastado sobre el pasto, un cubo que se recalienta en verano y se hiela en invierno. Un tejido de alambre la rodea -a la casa, al cubo-, un tejido un tanto derrumbado por el peso de sostener  la ropa tendida a la luz cansada de hacer fuerza, una luz que no calienta nada, que parece que enfriara, una luz que no seca nada, que parece que mojara.
El R12 rueda por la calle a la que la luz no alcanza a llegar, no alcanza a iluminar y por esa razón parece invisible, parece que no existiera y da la impresión de que el R12 flota más que rueda.
La Avenida Luján de asfalto, de semáforos, de comercios, de autos acelerados, ha dado paso a la calle de tierra que la luz del amanecer se niega a iluminar; la luz de este falso amanecer de sábado que recién empieza y que durará todo el día, falso y alargado sobre la mañana, esta luz de amanecer corrompido que se quedará hasta la tarde, hasta la noche, hasta que la noche se la trague, no ilumina la calle ni las cunetas ni los perros todavía dormidos sobre las veredas abandonadas.
Más allá, adelante, a unas seis o siete u ocho cuadras idénticas está Roverano con su anchura bordeada de zanja, su dureza inmune a la lluvia, ese ripio insultante para, por ejemplo, 4 de Enero, que se angosta desde la esquina curvándose también un poco y después se va como derritiendo, se va como hundiendo y alzándose con cada pie con cada bici con cada auto o carro o chatarra que la pisa y la moldea como un dios cualquiera y mal parido inmune a la queja y al llanto, un dios burlón, sin sentido y sin conciencia de la formas.
Asentado aquí y allá el crédito para la vivienda alza carteles y casas que se elevan apuradas en un intento de ganar tiempo al tiempo. Ese tiempo durante el cual fueron pensadas y planeadas o tan solo soñadas; ese tiempo que sube los precios y las amenaza con dejarlas a medio hacer, a medio formar, a medio cubrir cabezas y anhelos.
De los colores gastados del motel, colores porosos e inmunes a la luz obscena de la mañana en ciernes emerge un automóvil cuyos ocupantes ya no se miran: ella conduce él ve por la ventanilla. Un par de kilómetros al sur el falso bosque del vivero ensaya una amenaza de sombras inquietantes.
El asfalto es un espejo del cielo: caminos rectos sin un grumo donde la luz pueda aferrarse.
Regreso; he atravesado la ciudad hasta Sarmiento y pasan de las nueve. Una mujer empuja lo que primero creo es un cochecito pero al verle flanqueada por una llama y un poni vuelvo al cochecito con la mirada, no es -rojo y vivo- el transporte de un niño es tan solo un carrito de trastos.
Regreso; la llovizna ha comenzado asentarse sobre el asfalto.
Regreso; la llovizna va empapando la fachada de la escuela Juan de Garay, va abrillantando los toboganes de la plaza, va silenciando la mañana.
En la casa, la luz que entra por la ventana, como quien dice, dura, lo que un su
spiro; apenas alcanza a iluminar veinte centímetros de alacena dejando la heladera en la penumbra, la cocina en la oscuridad. Pienso en la mujer que refregaba sus manos una contra la otra, me pregunto sobre su espera, barajo dos, tres alternativas que considero lógicas para llevarla a plantarse en el último de los tres escalones que llevaban desde los pastos al cubo -a la casacubo-, y frotarse las manos mirando hacia a la avenida. En otro tiempo hubiera barajado una sola: se levantó porque le gusta mirar cómo llega la luz, aunque sea una luz de brasa apagada, fría y cenicienta. Hoy, ahora, sentado y escuchando una tanda de noticias que la radio parlotea una tras otra sin comas ni puntos ni emoción alguna, pienso en otras alternativas menos poéticas, menos humanas, más miserables, las pienso mientras recuerdo pequeños detalles sobre la mujer: las manos grandes, el cuerpo ancho, el pelo negro y la luz abrazándola, formando una aureolita blanquecina alrededor, remarcando el contorno de su figura en medio del paisaje, resaltándola, extrayéndola de la mañana desteñida y quieta alterada apenas por algún perro flaco o rengo, un pájaro solo, un tero, el sonido monótono de un tero llamando desde un patio viejo.

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