El río, siempre el río; ahora corriendo como si
lo siguiera el diablo, como si tuviera un lugar al cual llegar para ser querido
finalmente y por siempre.
El río siempre el río, con grumos de camalotes,
con más ganas de irse que nunca, hastiado de la ciudad, de las islas, del
puente ensordecedor.
El río, y arriba, desde la defensa que antecede
a la playa, el aliento del diablo, un aliento caliente y húmedo, pegajoso y
ancestral. Mordedor.
El río yéndose sin mirar atrás, las nubes
amenazando, los camalotes anunciando: Mirá los camalotes, viene mucho agua,
escucho y miro los camalotes que van augurando la inundación mientras la ciudad
tiembla en los titulares de los diarios,
las editoriales de de la emisoras de
radio, los noticiero apresurados del mediodía.
El río anunciado en metros, registrado en
centímetros de crecida: cinco ayer, uno hoy; en metros, en centímetros y en
pronósticos.
El gimnasio frente al río va como quien dice,
abriendo sus puertas. Alguien camina con la mirada en el agua. Sus pies andan
sobre una cinta y sus ojos sobre la correntada, la cinta, como el agua se
mueven, el caminante no. Erguido y ausente tal vez piense en lo afortunado que
es el río que puede irse, que siempre se está yendo.
El paseo peatonal libre, a estas horas, las
primeras de la mañana del verano extendido, las casuarinas susurrando. La
escalinata de cemento ha perdido cierto encanto desde el asfaltado de la
callejuela en la que desemboca. Sobre el tejido vencido que rodea la vieja casa
donde las plantas han cobrado dimensiones asombrosas, un tanto irreales, ha
dado fruto el mburucuyá. Las flores ya no están y los frutos cuelgan
desprevenidos. Los pájaros dan cuenta de los que han madurado por lo que
algunas frutas cuelgan destripadas, otras perforadas y abandonadas. Las
observo, las fotografío. La lente de la cámara es un túnel donde el tiempo se
deforma. Extiendo la mano y toco la fruta, está fresca, está entera, no es mi
mano, no ésta la que sostiene la cámara, la que la arranca, es otra mano, una
mano de otro tiempo en el que prefiero no pensar. Presiono con la uña y la
fruta cede, dentro, la diminutas semillas pulposas y púrpura, huelen a cosas
simples. Muerdo, mastico para que el sabor salvaje se me adentre en la lengua,
me llegue a la cabeza y la pueble de imágenes en blanco y negro. A mi lado un
pirincho se atreve y picotea, lo veo mirarme desafiante o eso quiero creer.
Ambos tragamos las semillas, él para sobrevivir, yo para recordar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario