martes, 10 de marzo de 2015

LA CIUDAD DIBUJADA, hoy…otro relato salvaje



La violencia, ese pecado capital: progenitor, clonador, multiplicador, difusor...que enceguece


Seis menos cuarto, no ha amanecido y esa es, probablemente, la única concesión del verano sobre la ciudad. En un rato comenzará el sonido uniforme de los despertadores digitales con alguna que otra alteración producida por la campanilla metálica de algún reloj viejo, como el mío, a cuerda y que me niego a desechar.
El chillido de la pava, el mate humeando aroma a menta recién cortada, una manía, no es que me guste particularmente es que me recuerda la casa de mis abuelos, ese silencio parecido al de las seis menos cuarto, ese silencio fresco que el canto de los pájaros no alcanza a alterar, que antecede a los despertadores, a la radio del vecino, al motor del automóvil de la maestra de la esquina y la bicicleta de la chica de enfrente que debería engrasar los goznes de la verja. Tal vez me ofrezca a hacerlo, tal vez.
La PC desperezándose mientras la luz empieza a deslizarse hacia las cosas para hacerlas visibles. Los titulares de los diarios brillando en la pantalla y los muros, qué nombre ese: los muros. Hablo de los ciudadanos de ciudad Facebook, una ciudad bulliciosa, como todas. Un mirada rápida, fisgona, sobre el último crimen, el último acto de los gobernantes, el último gol, la última frase de autoayuda, la última alegría, la última lágrima, el último poema, la última foto, la última noticia el último diente de leche el último acto solidario, el últimoinsultolaúltimaamenazaelúltimosaludodecumpleaños...
y por azar solo por azar en medio de tanto, de tanto, una publicación, en apariencia como tantas ¿por qué me detuve justo allí?, no lo sé, solo lo hice. Leerla ha borrado, como quien dice, mi estado de beatitud matinal. Por razones más que comprensibles no informo el barrio, no informo sobre la identidad del/la propietaria del muro.
La publicación: (me permito una transcripción sin enmiendas, excepto por los acentos o tildes, por considerar que, cuando no están, dificultan la lectura)
“No se puede dormir. Los choros en la puerta de mi casa queriéndose robar las ruedas de la camioneta . Salieron disparando mierda que se cagaron de los tiros. Esto es un aviso, la próxima en la cabeza se la damos. Ya que la policía no hace nada.

Y los comentarios:
“Si deja pero los hicimos correr la próxima le va a la frente no a las patas”
“Q mierda van a keres robar choros de mierda nosotros no le vamos a regalar las cosas”
“Sí. Y el que pegó un grito desgarrador ja ja mañana nos vamos a enterar si sigue vivo”. Buena puntería!!
“Los cazás los mete adentro de t casa y los acusás de pitoduro ja”

Se me ocurren reflexiones, metáforas. Las convierto en caracteres deleznables que no me convencen. Los borro. El teléfono ha sonado y me ha interrumpido la voz de un candidato que osa llamar a cualquier hora aunque insito en cortar ni bien levanto el tubo. Me refiero a las grabaciones violadoras de domicilio. Insisto en escribir, me esfuerzo. El lavarropas de la vecina también insiste: en romper la aparente calma de la mañana. Alguien considera que su canto al unísono con el tango que suena por la radio es bienvenido en la cuadra. No logro, estimado lector, cerrar estas líneas, tal vez sea por el asombro o por el asombro sobre el asombro; es que me creía a salvo del asombro, y mientras cebo un mate, desde algún lugar, desde algún archivo involuntario en mi cabeza, me llega la letra de una canción, no la letra en realidad sino la idea de la letra, acompañada de una melodía que no logro atrapar del todo. Parafraseando: Mi vecino se levantó, encendió la radio, se preparó unos amargos mientras abría la ventana. Mi vecino nunca supo que esa misma noche -de la que despertó con el recuerdo de los bailes del club Independiente, motivo probable de su canto al compás de un tango que habla de amores inocentes-, violaron a una adolescente, asaltaron a un viejo, quemaron una panadería y un grito, desgarrador, fue motivo de festejo y se convirtió en graffiti.

sábado, 7 de marzo de 2015

LA CIUDAD DIBUJADA…hoy, no se lo dejé a los pájaros



El río, siempre el río; ahora corriendo como si lo siguiera el diablo, como si tuviera un lugar al cual llegar para ser querido finalmente y por siempre.
El río siempre el río, con grumos de camalotes, con más ganas de irse que nunca, hastiado de la ciudad, de las islas, del puente ensordecedor.
El río, y arriba, desde la defensa que antecede a la playa, el aliento del diablo, un aliento caliente y húmedo, pegajoso y ancestral. Mordedor.
El río yéndose sin mirar atrás, las nubes amenazando, los camalotes anunciando: Mirá los camalotes, viene mucho agua, escucho y miro los camalotes que van augurando la inundación mientras la ciudad tiembla en los titulares de  los diarios,  las editoriales de de la emisoras de radio, los noticiero apresurados del mediodía.
El río anunciado en metros, registrado en centímetros de crecida: cinco ayer, uno hoy; en metros, en centímetros y en pronósticos.
El gimnasio frente al río va como quien dice, abriendo sus puertas. Alguien camina con la mirada en el agua. Sus pies andan sobre una cinta y sus ojos sobre la correntada, la cinta, como el agua se mueven, el caminante no. Erguido y ausente tal vez piense en lo afortunado que es el río que puede irse, que siempre se está yendo.
El paseo peatonal libre, a estas horas, las primeras de la mañana del verano extendido, las casuarinas susurrando. La escalinata de cemento ha perdido cierto encanto desde el asfaltado de la callejuela en la que desemboca. Sobre el tejido vencido que rodea la vieja casa donde las plantas han cobrado dimensiones asombrosas, un tanto irreales, ha dado fruto el mburucuyá. Las flores ya no están y los frutos cuelgan desprevenidos. Los pájaros dan cuenta de los que han madurado por lo que algunas frutas cuelgan destripadas, otras perforadas y abandonadas. Las observo, las fotografío. La lente de la cámara es un túnel donde el tiempo se deforma. Extiendo la mano y toco la fruta, está fresca, está entera, no es mi mano, no ésta la que sostiene la cámara, la que la arranca, es otra mano, una mano de otro tiempo en el que prefiero no pensar. Presiono con la uña y la fruta cede, dentro, la diminutas semillas pulposas y púrpura, huelen a cosas simples. Muerdo, mastico para que el sabor salvaje se me adentre en la lengua, me llegue a la cabeza y la pueble de imágenes en blanco y negro. A mi lado un pirincho se atreve y picotea, lo veo mirarme desafiante o eso quiero creer. Ambos tragamos las semillas, él para sobrevivir, yo para recordar.