domingo, 6 de mayo de 2012

Carne


No, no hablo de la película de la Sarli, aunque esté mirando un camión enorme estacionado frente a la plaza Libertad, que la guarda y la anuncia.

Hablo del camión que ahora, cuatro y media de la tarde del martes veinticuatro -una tarde desapacible, lluviosa, agrisada, pero  animada por la novedad, por los comentarios de la gente que espera, que conversa-, se prepara para expender carne, también quesos, a precios moderados, que cuelgan escritos a mano alzada de unos improvisados carteles, atentamente observados por los vecinos.

—¿Va a comprar?

—No sé, estoy mirando.

­Está mirando, espiando por encima de un hombro, evaluando ¿la calidad?

—¿Qué va a llevar?

—Asado.

—¿Cuánto?

—¿Qué tiene la caja cerrada? —la joven no espera su turno, los jóvenes nunca tienen tiempo para esperar. Carga un crío de un año, más o menos.

—Ya la atiendo, un minuto que termino con la señora.

La señora gira la cabeza, mira y lanza una mirada de reprobación a la joven que se no la ve, se ha ido, examina los quesos mientras le limpia los mocos al niño.

Esperaba más gente, esperaba bullicio. Mis colegas del canal local apuran alguna opinión de los que esperan. Un hombre se niega. La mujer que acaba de comprar dice: —Claro, cómo no voy a aprovechar, acá enfrente —señala el supermercado que ha cumplido cincuenta años en la ciudad— está más caro.

—Pero se puede comer —la voz llega desde unos labios sonrientes que pertenecen a un joven. Sus brazos de gimnasio cargan bultos en el baúl de un automóvil azul; azul y último modelo.

—¡Cristina va a acabar con los avivados! —la mujer se exalta, dice algo sobre “cargar” los precios como con la yerba y algo más que no alcanzo a entender porque desde el auto llega una carcajada.

—Porca madonna —el viejo tose y cuenta unos billetes arrugados.

—Deberían haber puesto el camión en otro barrio, tardé una hora en llegar y acá no les hace falta —la queja llega desde el fondo de la cola.

—Ustedes creen que todo tiene que ser para ustedes —la anciana levanta la cabeza, se yergue lo que la espalda encorvada le permite.

—Si me permiten —interrumpo, explico que el camión va a volver regularmente, que el municipio ha previsto que recorra los distintos barrios.

—Sí, pero primero el centro, siempre el centro.

—No se puede conformar a todos.

—El asado tiene grasa.

—Todos los asados tiene  grasa.

El atardecer se anticipa y la verdad que vine medio desabrigado. Además parece que los santotomesinos, probablemente contagiados por esta nueva forma de tratarnos, de maltratarnos -forma aceptada y difundida, compartida y hasta celebrada con risas desde la capital, a través de la radio, la televisión; una fórmula repetida hasta el agotamiento- reciben la primera visita del invierno y de la “carne para todos” con pocas pulgas.




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