viernes, 22 de noviembre de 2013

LA CIUDAD DIBUJADA …hoy, lejos de las bicicletas de la costanera

Barrio Las Vegas, tierra, sol, cunetas, sol, agua servida, sol, algunas madres, niños, sol y más sol.
El Centro comunitario se levanta, blanco, al sol, paredes blancas, piso de mosaicos, esos que llamamos de granito, con pintas negras y blancas. Destaco el piso porque las casas que conozco en Las Vegas, no tienen piso, algunas ningún tipo de piso, sólo tierra apisonada, otras lo tienen de cemento, un cemento que se va rajando y oscureciendo como los pies que lo pisan sin calzado, porque es verano o porque no hay calzado con qué pisar el cemento, o la tierra apretada, como los dientes y como el deseo.
A las cuatro de la tarde las puertas del Centro Comunitario están abiertas, allí, los días de semana funcionan diferentes talleres municipales del programa “Viví tu barrio”. Es el día de la muestra anual y coordinadores y asistentes exponen el producido durante el año; también dan testimonio sobre la experiencia.
Estaciono el R12 a unos metros del lugar bajo un árbol único.
Entro, saludo, me siento.
Érica Firbeda coordina los talleres, la veo serena y sonriente, mirando con atención, alentando, felicitando, agradeciendo.
Escucho una grabación imprecisa del taller de radio. Veo la imprecisa coreografía de un gato y una chacarera. Los alumnos no pueden asistir de forma continua a los talleres y los coordinadores, lejos de sentarse a esperar, militan su trabajo, andan el barrio, buscan los chicos, los alientan, los contienen; en estas consideraciones los testimonios de los coordinadores se repiten.
Salimos del salón a escuchar al taller de murga, por el calor y para no quedarnos sordos. Encuentro la foto, eso creo, me sé pésimo fotógrafo así que cuando llego a casa y enciendo la computadora la foto no está o por mejor decir está pero no dice, estimado lector, lo que quería decirle con ella, así que elijo otra, pero no me resigno a no mostrársela así que se la cuento: yo miraba una niña con el pelo color zanahoria y pecas en las mejillas y cuando creí que allí estaba mi foto para usted, lector, entonces, por azar nomás, porque giré un poco la cabeza, lo veo, o más bien le veo los ojos al niño, la mirada, esa que no capté con la cámara, esa que seguramente hace que para cada uno de los coordinadores el trabajo valga la pena. Azota el tambor reconcentrado en no perder el ritmo y los ojos, negros los ojos, como quien dice, le van brillando por toda la cara hasta bajar a las manos que saltan al ritmo de los palillos del tambor.
“No, no vino, los otros días le pegaron delante mío” no alcanzo a saber quién le ha hablado a quién entre las mujeres que coordinan los tallers donde los asistentes se repiten, según pude entender, así que de algún modo los comparten, a los niños y a sus realidades elajadas de las bicicletas de la costanera. Las mujeres se vienen acercando al círculo de tambores rojos y amarillos que han formado los pequeños murgueros. Decido no indagar. Estoy disfrutando, hace calor y no quiero saber demasiado.
Un par de minutos de ruido intenso, desacompasado preceden al logro, de pronto la murga suena en la tarde, repiquetea bajo el sol y las sonrisas aparecen.
Después de los aplausos regresamos al salón. Alguien comenta sobre los que no entienden nada y han roto cosas en el Centro Comunitario, vandalismo dicen, a pesar del vandalismo dicen, acá estamos y muestran.
Sobre un tablón los puntos equidistantes del crochet y sobre una mesa la madera lijada, pintada, dominada por los chicos del taller de carpintería. Detrás, sobre una pared, los dibujos del taller de artes plásticas. No conozco el nombre del coordinador, Tincho lo llaman. Edisto Hernández, me apuntan.
Algunas consideraciones sobre los trabajos, algunas precisiones sobre la obtención de colores y cosas que escucho a medias hasta que una frase que va a repetir para los distraídos capta mi atención: ellos no son todo el tiempo niños.
"Ellos a veces son hombres, no sé si me entienden, no sé si entienden lo que quiero decir", más que aclarar, inquiere el coordinador, creo que la voz se corta un poco, solo un poco y solo una fracción de segundo en mitad de la frase, “ellos no son chicos todo el tiempo”, los señala, los abarca con los brazos.
"Yo busco que las dos horas que pasan acá sean chicos, jueguen, sean felices esas dos horas nada más".

Los papeles en la bolsa, va gritando Firbeda y los niños se acercan y van llenando la bolsa con los envoltorios de los alfajores de chocolate que son su premio al esfuerzo. Un nena de rosa está parada junto mí y junto a ella, sobre el suelo, el papel dorado y arrugado por el apretón.
Ese papel es tuyo, me parece, le digo porque la he visto tirarlo al suelo.
No, me contesta.
Me voy riendo.

 

viernes, 8 de noviembre de 2013

LA CIUDAD DIBUJA....hoy, las siete de la tarde



 
La costanera... la ando, como una oruga anda el tronco de un árbol entre músculos exigidos, la ando, entre caderas y caras enrojecidas, la ando. La ando, la voy mirando.
Diáfana, relumbra bajo el sol, se estirada, bosteza sudores y patines con trenzas mientras la ando.
Una jovencita corre aferrada a la correa de un perro que corre; corre o vuela y va dejando un halo de perfume a vainilla donde flota una cabellera imposible.
Las mujeres prefieren la compañía, combinan el bamboleo de sus caderas con la charla animada.
Los hombres prefieren trotar concentrados en la respiración agitada, algo como un bufido que los precede y los excede, una burbuja dentro la cual van sudando y golpeando rítmicamente el suelo.
Un niño levanta el boguero y el anzuelo aletea peligroso hasta enredarse en una mata de pelo cano que vigila el pie del niño, que asoma más allá del borde de cemento como espiando la correntada donde un pez salta haciéndose visible fuera del agua.
—¡Abuelo abuelo! —el niño señala el agua, el movimiento huidizo del pez.
El viento costero alza la voz y el niño alza la caña y la línea liviana y el anzuelo liviano que planean unos segundos antes de caer al agua.
El hombre del bastón, el que antes trotaba y cruzaba el río, el que trotó y cruzó el río  a nado y en zigzag por años, siempre a la misma hora, esquiva las miradas por timidez o tal vez exilio al interior.
Choco, como quien dice, contra los pilares del puente y como esos autitos a pila, cuando topan con una pared, reboto y doy la vuelta y sigo caminando.
Una mujer me ofrece pan casero -recién hecho, me dice- y la voz de un niño asciende desde mis rodillas
—¿No quiere un perrito señor?
Digo no y el niño se aleja. Lo veo aferrarse a la falda de su madre, señalarme y abrazar con fuerza al cachorro.
Desciendo las escaleras y me siento frente al río, extrañamente no puedo verlo, lo escucho pasar rumoroso, como siempre, pero no puedo verlo, solo veo un carro que dejé atrás, pudriéndose al sol, un carro y sobre él un hombre oscuro, oscuro el pelo, la piel, oscura la remera, los ojos oscuros y el mirar y a su lado veo un niño que apenas ha dejado de ser un bebé, un niño blanco, blanca las mejillas, las manos tan blancas; blanca la remera la sonrisa la boca, la mirada.





sábado, 19 de octubre de 2013

LA CIUDAD DIBUJADA...Hoy, caminantes

Amanece sobre el río.
Santa Fe se oculta tras el sol, el puenteo oscila hacia arriba y hacia abajo, levemente, incansablemente, sobre los pilares flotantes. Resiste
Caminaba, creo que no pensaba en nada hasta que la vi. Pesará uno cuarenta kilos máximos y le calculo entre 40 y 45 años aunque la extrema delgadez tal vez haga que me engañe. Camina con rigor, pisa fuerte, da pasos largos siempre mirando para abajo, en la mano izquierda lleva una llave, la mano fuertemente apretada blanquea en los nudillos. Viste un conjunto deportivo que más parece un pijama, es color verde militar. Blanca, quiero decir que es una mujer rubia con el pelo echando algunas canas. Más allá, en sentido contrario un hombre entre cincuenta y sesenta, con bastón y andar dificultoso, ondulante; su cuerpo se ondula a cada paso recordándome el desplazarse de las culebras sobre la arena. Antes, hasta no hace muco, corría y después cruzaba el río a nado en zigzag desde la playa hasta el anfiteatro, iba y venía de costa a costa, las zaptillas provisoriamente abandonadas para ser calzadas con los pies cargados de río y seguir corriendo. Antes cuando la enfermedad no era evidente como ahora, desde hace un año tal vez, cuando el andar ondulante y dificultoso necesitó de un bastón.
No sé sus nombres, no sé nada de ellos, solo sé de sus caminatas, pero los siento conocidos porque los veo desde años, todos los días.
Llegado por una sensibilidad poco frecuente en mí, pienso que algún día no los veré más y me asombro de mi optimismo respecto de mi propia vida, la que me queda quiero decir, como si hoy, por algún motivo que no alcanzo a comprender, me supiese eterna o tal vez a salvo de la muerte, incluso de la vida misma.
Ninguno me saluda, una con la mirada en el piso, el otro con la mirada en un horizonte que solo él puede ver.

LA CIUDAD DIBUJADA...Hoy, la feria



Parafraseando a Juan José Saer, amanece y ya estoy con los ojos abiertos. Me acosté tarde y con una sensación de plenitud poco frecuente en mis neuronas. Había caminado la feria del libro, había mirado, conversado, escuchado.
La feria de Santo Tomé tiene cierto aire de algarabía, no sé si será porque así somos los santotomesinos, por el aire costero que se cuela en las carpas o por la llegada de Dolina.
Libros libros y más libros, mirados, comprados, donados, manoseados, deseados; escritores locales con sus esperanzas bajo el brazo; ex combatientes, libreros comerciantes y libreros militantes -de los libros, se entiende-; niños -la humanidad insiste en procrear aunque a diario le anuncien que el mundo se acaba en cualquier momento-, niños sumisos colgados de las manos de sus padres y niños gritones saltadores reidores, llevando a rastras a sus padres.
Guitarras en el anfiteatro frente al río opulento y Diego Reynoso, presidente del Instituto Belgraniano del Litoral,  en la intimidad del auditorio del Jardín Nº 25, poniendo como quien dice, los mojones de una idea en la cabeza de los santotomesinos: Santo Tomé, una ciudad Belgraniana, anclada en la historia y la leyenda.  
Narradores orales, teatro, presentaciones. Imposible ver todo hay que elegir, por gusto o por azar da igual, así que elegí y disfruté.

domingo, 13 de octubre de 2013

Las Vegas. Algo más que lo que se ve, que lo que se sale en los diarios


Presupuesto participativo tuvo su jornada de votación el sábado en el Barrio La Vegas

Alberdi, las vías, la tierra clara manchada de amarillo, azul, blanco, colores móviles, colores que el viento arrastra, bolsas, envases, plásticos, objetos irreconocibles, fragmentos del barrio, también del resto de la ciudad que se arrastran cuadra a cuadra en los terrenos baldíos entre los cardos florecidos, las cunetas; entre los caballos que pastan cansados, los perros flacos, parecen ratas los perros y a mitad de cuadra, de una cuadra idéntica a cualquier otra, abierto y bullicioso, el Centro Comunitario, como quien dice, blandiendo los afiches que ondean en el gris de la mañana.
Estaciono y bajo, el R12 les muestra la abolladura que me dejó un vecino hace un año, uno de esos vecinos que estigmatizan el Barrio Las Vegas. Uno de esos vecinos que ocultan a estos otros, que sonríen cuando me ven, me saludan y me abren, junto con las puertas, de alguna forma, sus vidas.
—¿Cómo va Murillas?
—Yo bien, ¿y las votaciones. Hay tendencia?
—La propuesta uno.
La propuesta uno es el Mejoramiento de la red vial y limpieza de desagües pluviales, que finalmente ganará con 124 votos. Mujeres sin maquillaje, cabellos oscuros recogidos en una cola de caballo. Hombres de tez y manos curtidas, adolescentes de mirada esquiva, como todos los adolescente.
Timidez, algo de pudor. Sonrisas.

Estaciono y bajo, el R12 les muestra la abolladura que me dejó un vecino hace un año, uno de esos vecinos que estigmatizan el Barrio Las Vegas. Uno de esos vecinos que ocultan a estos otros, que sonríen cuando me ven, me saludan y me abren, junto con las puertas, de alguna forma, sus vidas.
—¿Cómo va Murillas?
—Yo bien, ¿y las votaciones. Hay tendencia?
—La propuesta uno.
La propuesta uno es el Mejoramiento de la red vial y limpieza de desagües pluviales, que finalmente ganará con 124 votos.
Mujeres sin maquillaje, cabellos oscuros recogidos en una cola de caballo. Hombres de tez y manos curtidas, adolescentes de mirada esquiva, como todos los adolescentes. Timidez, algo de pudor. Sonrisas.
                                                    —¿Por qué propuesta va votar?
—Lo que más necesitamos.
Lo que más necesitamos me dice y no me aclara, es obvio así que no me lo aclara, da por sentado que comprendo, yo, que vendo del asfalto y el agua corriente y las cloacas y el paso regular del colectivo, tengo que saber y me pregunto  si sé. ¿Sabemos los santotomesinos sobre estos otros, también santotomesinos?
Escucho el ruido de un rifle de aire comprimido. Sabré después, cuando me acerque al otro centro de votación, el Centro de Salud Lisandro de la Torre, que hay un herido, un niño o un joven –no querré ahondar- que será llevado al SAMCO.
—Es que es difícil vivir acá porque la gente cree que somos todos delincuentes y no es así, hay sí pero la mayoría somos gente de trabajo que quiere progresar.
 
Dalila Moyano es la vicepresidente de la Vecinal y hoy es fiscal de la votación.
Los ojos oscuros, jóvenes, se opacan.
—En la ciudad todos piensan que somos delincuentes, ni trabajo nos dan cuando decimos dónde vivimos. Tenemos que convivir con la delincuencia y encima los demás nos discriminan.
En la ciudad…me quedo pensando en esas palabras, ¿acaso el barrio Las Vegas no es parte de la ciudad?
—Una nena le dijo a su mamá qué tenía que votar. ¿Se da cuenta Murillas?, los chicos saben lo que quieren, lo que nos hace más falta
Me doy cuenta, veo los pies calzados con ojotas, las marcas de caminar siempre en la tierra y el barro y me doy cuenta.
 
Más tarde, en el Centro de Salud, Betu Argüello, miembro de COMUNIDAD, me responderá cuando le pregunte sobre cómo maneja el contacto con tanta necesidad “..y se maneja” la estaré mirando  a la cara a través del visor de la cámara y desistiré de fotografiarla, no registraré sus ojos claros enrojecidos por las lágrimas.
Yo escribo, me dirá Fabián Cabrera reconocido por sus versos en el barrio y en COMUNIDAD. Hay que pensar en lo que uno da aunque lo que pueda darse sea solo un buen rato ese día, que la pasen bien un rato me dirá sin sonreír.
—¿Qué les parece esto de participar, de decidir qué tiene que hacer el municipio en el barrio?
—Es la primera vez que nos preguntan. Que alguien nos pregunta algo.
Es la primera vez que nos preguntan. Escucharé la frase durante toda la mañana, saldrá de boca de los votantes, de Paola fiscalizadora de la mesa en el Centro de Salud, donde Luis Martínez, coordinador de Desarrollo Territorial, comerá un par de bocados, nada más, de un plato de fideos que le alcanzarán desde el comedor sin que lo pida. 
 —¿Dónde andabas? casi te quedás sin comer ¿Ya comieron en el Centro? —Betu
riéndose.
Risas. También yo me río.
—No sé —Luis, con el tenedor suspendido en el aire.
—Es que vos siempre te olvidás de comer Luis, pero el resto de la gente sí tiene hambre.
—Eso me dice mi mujer. Recorrí el barrio llevé las propuestas, invité a participar, esas cosas. Viste Murillas, abrieron el Centro de Salud para la votación, qué me decís, es la primera vez que se abre un ámbito gubernamental para esto. Eso es bueno para el vecino, es una forma en que puede ver el compromiso.
Asiento. 
Para le mejorado fueron seleccionadas las cuadras Ruperto Godoy entre Alberdi y Lisandro de la Torre; Llerena entre Alberdi y Lisandro de la Torre; Huergo entre Alberdi y Lisandro de la Torre; Agustín Delgado entre Alberdi y Lisandro de la Torre; Martín Zapata entre Alberdi y Lisandro de la Torre;  J.R. Pérez entre Alberdi y Arenales; José del Campillo entre Alberdi y Arenales; Monasterio entre Alberdi y Lisandro de la Torre; Alberdi entre Agustín Delgado y Ruperto Godoy.

En total son 2.200 metros de mejorado. Escribo el nombre de las calles, estimado lector y me pregunto si las conoce, si las sabe despojadas de la comodidad del asfalto, si las ha visto los días de lluvia, si las ha caminado envuelto en tierra los días de viento, si usted sabe o tan siquiera imagina. Probablemente no, para saber de la necesidad hay que verla, andarla, compartirla.




jueves, 12 de septiembre de 2013

Mirando a la izquierda…también del puente



COMUNIDAD propone crear una Reserva Natural Municipal en el Oeste del valle aluvional del río Salado









Calor, viento. Mal humor, no mío, yo soy atérmico, además de inmune al viento caliente que está, en este preciso momento, levantando polvareda en toda la ciudad, literal y metafóricamente también.
Camino la Costa de Oro. La camino despacio. Miro. Veo.
Luis (Luis Martínez, coordinador de Desarrollo Territorial, para más datos), que no es atérmico ni inmune al viento caliente y seco, y que camina a mi lado, me señala algo que para mí no es más que una insignificancia verdosa emergiendo de la tierra negra que va dejando el río mientras como quien dice, se retira de nuestra costa inundable.
—¿Ves? —me dice señalando un brote tímido y brillante.
—La verdad que poco.
—Este clima te predispone al sarcasmo.
—Está bien, veo, pero ¿qué veo?
—Lo que te venía diciendo, ni bien el agua se va la zona tiende a regenerarse.
—Huhummm —gruño, bufo, rebuzno.
—¿El clima te pone escéptico también, Murillas?
—Más bien incrédulo. No me parece prueba suficiente.
—Esto debería ser un monte de árboles y arbustos autóctonos. Hay que proteger la zona, no podemos seguir destruyéndola. Crear conciencia de que hay que pensar el desarrollo comunitario y el crecimiento -urbano, económico-, en equilibrio con el medio ambiente.
—Conciencia, comunitario, equilibrio, medio ambiente. Todo en una sola oración. Mirá que sos subversivo, che.
—No jodás con la mala palabrita.
—Qué tiene la palabrita.
—Pasado tiene, y sangre.
—Habría que construirle un futuro, entonces.
—El especialista en palabras sos vos.  Ahí hay más —me dice señalando lo que, según él será un aromito —, mirá el agua —me dice después.
No se conforme con hacerme admirar la tierra, dos pasos después estoy mirando, atónito, repollitos de agua. Mientras miro trato de explicarme por qué Luis me los señala y me habla de ellos como si fueran esmeraldas que andan ahí, flotando.
¿Entendés?, me dice. Más o menos le digo yo.
Luis Martínez coordina COMUNIDAD, coordina él, porque es el más antiguo.   COMUNIDAD recorre los barrios, hace actividades comunitarias y publica notas.
—Vos te das cuenta de que los santotomesinos,  los que saben que ustedes existen, y no por echarte el ánimo abajo pero son pocos, creen que ustedes hacen asistencia social.
—Sí ya sé. Nosotros, fundamentalmente, impulsamos políticas públicas.
—Yo lo sé, lo que tigo es que la mayoría de los santotomesinos no lo saben.
—Hace unos días un vecino, que hace como diez años que es parte de COMUNIDAD, va y me dice, Luis, ahora me parece que voy entendiendo lo que vos querés hacer.
—Te hace falta prensa Luis —le digo mientras me agacho y me concentro en unas hojitas verdes que apenas asoman del suelo, y sigo tratando de entender.
—A  lo mejor tenés razón pero yo creo que lo que nos hace falta es conciencia ciudadana.  
—¡Ah!, entonces no te puedo ayudar. Eso pedile a algún dios.
—No jodás que hace calor. Si la gente se interesa por la cosa pública… Protagonismo popular más inclusión social más democracia participativa, Murillas, dos más dos cuatro.  Y es en el espacio público se ejerce la democracia.
—Que dos más dos es cuatro es bastante discutible.
—Cuando hay viento no se puede hablar con vos.
—Y el proyecto de crear una Reserva Natural Municipal en el Oeste del valle aluvional del río Salado, sería...
—Sería una propuesta más. Un tema para el debate. Un tema que entregamos a la ciudadanía en su conjunto para que se hagan cargo.
—Cargo me suena a: yo hablo, ustedes trabajen.
—Cargo es, estimado amigo,  entender que la inclusión se construye de manera horizontal.
Ni bien llegué a casa, después de una ducha durante la que seguía tratando de entender, me encontré buscando en el diccionario la palabra comunidad y encontré:
En antiguo latín comoine[m] significaba ‘conjuntamente’, ‘en común’.
Commune [neutro] significaba ‘comunidad’.
Communis (en latín arcaico commonis) es palabra compuesta de com + munis que significa ‘corresponsable’, ‘cooperante’, ‘que colabora a realizar una tarea’.
Munis, mune significa en latín ‘servicial’, ‘cumplidor de su deber’.
De ahí que in-munis signifique ‘exento de toda obligación’, ‘libre’

Si le parece, estimado lector, usted también, trate de entender.










sábado, 20 de julio de 2013

La rótula



 

María Rosario Feuillet, arqueóloga, antropóloga, 
directora del Museo Arqueológico de Santo Tomé. 
"En lo que pienso mientras trabajo es en cómo vívían, 
en qué creían, en cómo hablaban"




 La rótula
—Encontré la rodilla.
Encontré la rodilla, fue lo primero que escuché cuando llegué al sitio de la excavación. Me había levantado temprano y después de renegar un rato había logrado arrancar el R12. Había desayunado en la cocina. Café con leche y algunos medicamentos necesarios, aparentemente al menos. Había subido al auto, había recorrido la Av. Luján desde Sargento Cabral hasta Roverano; había doblado a la izquierda y había pasado las cuadras hasta el Museo Arqueológico, pensado en el agua de lluvia escurriéndose hacia el zanjón inmenso y hacia el río. Hace alguno años la misma agua inmortal había lavado la calle y descubierto el cementerio, que ahora, otra vez cementerio, no ya calle, la calle Roverano al fondo y contra el río, aparece cubierto por una tapa de bolsas de nylon que protege, oculta y hace a la vez de sudario de los restos de los indígenas que eligieron ese lugar para su descanso eterno, eterno hasta ahora al menos.
—Así se recibe a un amigo —Facundo me estira la mano con un mate, lo recibo—, primero se le da un mate y después se le dice buen día.
Facundo me sonríe y viendo su tez y sus ojos y sus rasgos, me pregunto cuán cerca se sentirá de algún antepasado remoto que caminó por el mismo lugar que ahora piso. Abajo, literalmente, dentro de lo que había comenzado a ser e indefectiblemente terminará siendo un pozo negro, Rosario y Fernando.
Ella tiene la mano estirada con la palma hacia arriba y en la palma una pelota del tamaño de un huevo grande de gallina, achatada por un lado y oscura como la tierra de la que ha emergido incólume después de más de dos mil años, una bola (vista desde arriba) perfecta y porosa que ha suscitado las palabras que he escuchado al acercarme al lugar -“encontré la rodilla”- y que luego, ya libre de la capa de tierra que la recubrió y de algún modo se convirtió en la máquina del tiempo que la trajo intacta hasta mis ojos que la ven descansar  en la mano blanca de la arqueóloga mientras declara “la rótula”, ha descubierto con su aparición y para los expertos, la forma en que descansaba el cuerpo completo, que venía siendo motivo de asombro y de especulaciones desde la tarde anterior, momento en que unos obreros que habrían el pozo, tuvieron la fortuna de ser los primeros en ver y reconocer el hallazgo.
—Espere —, digo a modo de presentación de saludo.
Saco la cámara y fotografío la mano, y decido, en ese momento, que esa será la imagen que llevaré para usted, estimado lector.
Gerardo Murillas es de Santo Tomé al día, dice Facundo y Rosario me dice pregunte nomás y yo le digo yo no pregunto, yo miro.
Así que miro, levanto la vista y veo en frente, cruzando Roverano, la excavación principal con su tapa de nylon, y unos cincuenta metros más atrás, el flamante edifico MAST (Museo Arqueológico Santo Tomé). Es un edificio de líneas geométricas, de  rectas y más rectas, de paredes revestidas en gris con un acabado rústico. Más tarde conoceré el laboratorio y pintaré mi dedo índice derecho con un pigmento que algún hombre o mujer preparó antes que Cristo naciera y sentiré algo para lo que no encontraré palabras, lector, así que disculpe, solo puedo decirle sobre la experiencia “nada” o más bien “silencio”.
Si estuviera húmedo no podrías sacártelo ni fregándolo un rato largo, me dirá Facundo y yo, con un fragmento de cerámica decorada en la palma de la mano pensaré qué pena que no me lo dijo antes, le habría pedido agua, solo para llevarme ese silencio lleno de palabras que no puedo encontrar, llevármelo a casa.
Al fondo el río, la calle que va descendiendo hasta perderse en el río.
—Este está en la misma posición que los otros respecto de la salida del sol, mirando cada amanecer.
Aunque mis rodillas se quejan me acuclillo y me asomo al hueco de un metro y medio de profundidad. La arqueóloga se ha recostado sobre la tierra y trata de imitar la posición del cuerpo para el registro fotográfico.
—Esta foto no —me dice—, la gente puede malinterpretar el gesto, pensar que nos burlamos o algo peor.
No voy a decir que me asombró el comentario porque soy difícil de asombrar y la verdad que hay que reconocer que hay gente, como quien dice, para todo; pero sí tengo que decir  que lamento no poder mostrarle la bella fotografía de esa mujer recostada sobre la tierra húmeda de ese círculo de uno metro veinte de diámetro, imitando o más bien tratando de establecer la postura del cuerpo. De lado con la cara mirando a la tierra, el brazo derecho en ángulo sobre el pecho sujetando el hombro izquierdo y las piernas en descanso, cadera rodillas pies formando una línea en zigzag. Otra vez tengo que decirle que solo puedo hacerle llegar sobre eso la inacabada descripción y la palabra “silencio”.      
Fernando toma la fotografía; después, elige un elemento, una pequeña espátula y continúa con la constante y paciente tarea de remover la tierra.
—¿No sentís ansiedad o la controlás? —pregunto.
—Me dan ganas de que venga una pala gigante y agarre todo desde abajo y poder llevarlo sin tocar nada —me contesta, mientras alza un bolita diminuta que para mí no es más que un terroncito de tierra mojada de un par de milímetros de diámetro, pero para su ojo experto es material fácilmente distinguible: “cerámica”, dice y la pasa a Facundo que se apura en buscar la bolsa plástica con el rótulo “cerámica” y la guarda.  
Me voy, hace calor mucho calor, aún no lo sé pero mañana cuando vuelva al lugar, las costillas estarán removidas, también los pies o lo que queda de ellos, solo los brazos que parecen contar algo por su extraña postura y el cráneo levemente aplastado por el peso de la tierra y los siglos quedarán en el hueco esperando ser sacados mientras el viento polar enfría las manos de los tres, ahora solos, Rosario, Fernando y Facundo, solos, asomándose buscando espiando develando nombrando…
…continuará

miércoles, 17 de julio de 2013

Invitados especiales y recuerdos escurridizos




Cuatro mujeres en la sexta jornada del ciclo “Lunes con la memoria”, organizado por el Centro Municipal de difusión de los Derechos Humanos, coordinado por Carlos Fluxá.

Los presos políticos detenidos clandestinamente en Santo Tomé.
La Casita; con ese nombre se conoce al lugar donde fueron torturados.  
Cuatro mujeres dieron testimonio el lunes ante una concurrida audiencia. 

“Volvió el frío”, me dice Carlos cuando me acerco a la esquina. Lo miro asombrado, “Volvió el frío, no hay niebla pero hace frío”. Entonces comprendo su cortesía. Ha leído el artículo del quinto encuentro “Sin frío” comenzaba diciendo.
Pues bien, entonces, nobleza obliga y empiezo: Volvió el frío, no hay niebla pero hace frío. En la puerta de las oficinas de la Dirección de Cultura y Educación un racimo de  seis hombres esperan. Dentro, las sillas también esperan.
Como de costumbre me ubico en la última fila, a la izquierda, llevo maletín, he andado todo el día y estoy cansado. Una jovencita intenta arrearme sin éxito hacia las primeras filas. El clon del Che no lleva boina, ni gorro de lana, ni nada que le cubra la cabellera envidiablemente negra y abultada. Está sentado en la primera fila a la derecha, como en cada encuentro. Desde allí escuchará como espiando porque tiene la costumbre de encogerse sobre la silla.
Cada lunes un puñado de asistentes nos repetimos, no más de seis o siete, el resto de las sillas contienen caras nuevas.
Carlos se acerca y me señala la ausencia de jóvenes. “Las vacaciones de invierno”, me dice un tanto fastidiado. Asiento.
Escucho el murmullo previo, un ruido hecho de cientos de frases que juntas que se confunden, presto atención y descifro algunas. 
“No vino porque tienen el suegro internado”
“Sí, vi la foto en el diario; cómo tenía el ojos, parece que quiso violarla”. Evidentemente el tema del día es el asalto a la panadería. Tuve suficiente de eso por hoy así que dejo de oir y vuelvo a recibir solo el murmullo. Carlos ha tomado el micrófono y lo golpea señalando que no funciona, de pronto el golpeteo comienza a salir por los parlantes, es un sonido de tambor metálico.
Tras la mesa y el mantel blanco cuatro sillas rojas y cuatro mujeres. No puedo evitar la asociación: la sangre siempre presente en la mujer, la menstruación, el parto, y en el caso de Patricia Traba, Anatilde Bugna, Stella Vallejos y Silvia Abdolatif,  también de la tortura.  
Detenidas en mil 1976 fueron trasladadas a La Casita. Se turnan para hablar. Sorprendentemente no se superponen unas a otras como acostumbran las mujeres. Se centran en testimoniar la existencia de La Casita que está probada en juicio. Se lamentan de que los que consideran los principales responsables de aparato estatal que participó en los secuestros hubiesen muerto antes de recibir la sentencia.
Nuevamente la dignidad. Quiero decir que si algo ha caracterizado el ciclo es la dignidad de los expositores. No he escuchado palabras fuera de lugar. No he escuchado testimonios que apelen a provocar escalofríos. Lo íntimo, el dolor -físico y moral- no ha sido expuesto ni utilizado ni embanderado. No puedo evitar sentir admiración y respeto, una vez más.
La noche discurre al ritmo de estas mujeres que se llaman por apodos: Turca, Negra, Patri, que tienen facilidad para la risa. Anatilde Bugna cultiva el humor negro, una forma de poder decir lo indecible, de explicar lo inexplicable. Pero hay rastros, tras la sonrisa y la camaradería, hay rastros, un leve temblor en la voz o en las manos, una dureza afirmada en el rostro…y pasaron más de treinta años.
Me resulta difícil elegir para usted, lector, fragmentos del diálogo con los presentes, así que le trascribo las primeras frases que vienen a mi cabeza, como siempre, frases sueltas que, espero, le abran alguna puerta.
“Somos gente normal con vidas normales —se miran entre ellas se ríen—, bueno bastante normales”. 
“A veces nos hemos tomamos vacaciones de la memoria”.
“Algunas de las que estuvieron ahí, todavía no hablan de eso”.
“Ponían la música alta cuando torturaban, por eso suponemos que había vecinos cerca”.
“El piso de la entrada estaba frío”.
“No sabemos qué clase de pacto de silencio hicieron militares y civiles santotomesinos pero no lo han roto, hasta ahora”.

El lugar donde se encontraba La Casita sigue siendo un misterio por resolver.

—¿Qué significaría para ustedes que se encontrara La Casita?
—Significaría que alguien habló y eso sería lo importante.
—Significaría que podríamos saber sobre los que no sobrevivieron.
  
—¿Qué es lo que quieren?
—Que algún santotomesino se anime a confiar en la justicia y hable.

domingo, 7 de julio de 2013

El periscopio (ese espejito delator)


Foto.JorgelinaUrrutia 

Quinto encuentro de “Recordando para el futuro”, el ciclo de charlas conducidas por Carlos Fluxá.
Centro Municipal de difusión de los Derechos Humanos

Sin frío, digo, el azul del cielo del lunes no era ese azul con frío del invierno, ese azul helado como cristalizado o vidrioso,  era más bien un azulcito desparramado y blando hundido acá y allá como si alguna vieja le hubiese plantado las estrellas con hilo y aguja como lo hacen con los botones en los almohadones.
El mecánico me devolvió el R12 pero elijo caminar. En la puerta del multiespacio de cultura, Luis Martínez,  Raúl Viso y un celular del que se desprende una oreja que pertenece a Daniel Dussex. Saludo con un gesto de cabeza a todos, incluido el celular; a todos menos a Viso, hace rato que no lo veo así que lo abrazo y siento cómo el brazo único rodea mi espalda.  Miro más bien espío el interior del espacio iluminado. A esa hora, cinco minutos antes de las ocho, nada hacía suponer que el lugar se llenaría. Entro y me siento. Ahí está el joven clon del ché, como se sacó la boina y lleva un gorro de un color indefinido cruzado por  rayas anaranjadas, tardo unos segundo en reconocerlo.
Jorgelina Urritia me sonríe y me dice deme un beso no sea esquivo y la beso y le digo andá dormir que la gripe se te nota en la cara pero antes sacame una foto para el diario. Sí, me parece que caigo nomás, me dice mientras se va hacia el sector donde el sonido la espera para poder ser sonido durante toda la velada.
Sobre la pared un mosquito visco, azul blanco y rojo, un mosquito con un lápiz en una mano, despatarrado en un vuelo azulino. Todos reconocemos el logotipo del Círculo de dibujantes santafesinos.
Una broma: está todo lleno de presos acá. La risa unísona. Quién podría haber sido sino El Turco con esa sonrisita ladeada y entredientes, buscándote la complicidad.
Hace poco más de un año se inauguró el mural “Sueños colectivos”, una iniciativa de la Asociación de ex presos políticos de coronda, llevada como quien dice a la pared por el Círculo de dibujantes santafesinos, y es ni más ni menos que la génesis ese mural, lo que muestra el video que luego de las presentaciones y la retrospectiva de rigor, compartimos en silencio.
Debo decir que tengo la suerte de conocer a Raúl Viso desde hace algunos años y que tengo la suerte también de compartir de algún modo sus proyectos, vino tinto de por medio, y lo que veo y lo que escucho, lo escuché cuando no eran más que ideas desordenadas tomando forma en su mente y su corazón. “Sueños compartidos” es un mural colectivo, es cierto, lo fue su realización y sus reconstrucciones luego de los ataques vandálicos, pero, siempre hay un pero, la idea partió de una cabeza y como dije también de un corazón; la cabeza y el corazón de Raúl Viso, que fue presentado simplemente como integrante del círculo, cosa que yo no voy a desmentir porque un impulsor un trabajador incansable un creador pensante porfiado autoritario cascarrabias también es, simplemente un integrante ¿no?
El video me muestra lo que tuve que imaginar descifrando las palabras a veces entrecortadas de Raúl, lo que tuve que imaginar y completar viendo los primeros trazos a lápiz, trazos a grandes rasgos que se cruzaban y superponían; el video, digo, me muestra el mural, la realización, la pintada, el mate compartido y la cámara yendo y viniendo registrando dejando como quien dice la huella que ahora es video, el video va mechando ese ir y venir de gente y pinceles sobre la vereda de San Gerónimo, casi Cándido Pujato, frente a la UNL, con la cara y la voz de uno de dos de tres ex presos políticos, sus caras sus voces contando y sus manos también contando.
“Nos mataban a patadas y trompadas, pero al lado de lo que sufrieron otros eso era la salita rosa, otros fueron los verdaderamente torturados”.
“¿Yo?, qué quería yo? Quería lo que todos los pibes de mi edad, una sociedad más justa, trabajar, una novia…”
“No encontré trabajo, no pude volver a nada después que salí de Coronda, por eso me fui”
“Estábamos organizados nos ayudábamos no perdimos el control del territorio, con un espejito que sacábamos con un alambre, mirábamos, sabíamos todo lo que pasaba”
“Salíamos unos minutos al día y caminábamos por el patio. No teníamos permitido hablar”
Viso se mantiene en silencio, escucha lo que sabe, escucha contar lo que él también vivió.

—¿Qué leían en la cárcel?, si es que leían algo, si es que tenían algo para leer.
—El prospecto de los medicamentos.
Me río, todos ríen, hasta ellos; hasta ellos…


viernes, 21 de junio de 2013

El zapato en la escalera





Cuarto encuentro en el marco del ciclo "Lunes con la Memoria" que organiza el Centro Municipal de Difusión de los Derechos Humanos.



Se me hizo tarde así que camino ligero masticando unas pepas de girasol, camino porque el R12 me dejó como quien dice, a pata, pienso que, involuntariamente, voy cumpliendo con la indicación del médico “camine todos los días por lo menos media hora, Murillas” a los médicos se les ha dado por hacer caminar a la gente. En la esquina de Libertad y Obispo, en la vereda, un trío: Cherep, Director de Cultura y Educación -
más conocido como el Turco-, Carlos Fluxá y Cintia Mignone, siempre delgada, siempre con sus manos como palomas sobrevolando sus palabras.
Dentro, dos o tres personas, me siento lejos, atrás y a la derecha. Busco con los ojos a mi fotógrafa, Jorgelina Urrutia; no está, si no aparece voy a tener que robarle la foto a alguien más. Miro con atención: una vecina, una docente, un muchacho calcado del Che, pelo, barba, boina, ojos del Che. Está sentado con los codos apoyados en las rodillas y tiene las manos juntas como si rezara, apoyadas en los labios, no reza, claro; mira, mira desde abajo porque tiene la cabeza inclinada hacia el piso; mira, relojea, por curiosidad y timidez, desde esa posición incómoda.
A las ocho y cuarto la puerta se abre y entra una marabunta de jóvenes, masticadores de maníes encamisados y chizitos que copan el salón y las sillas siempre blancas que forman una luna en cuarto menguante en cuya concavidad el proyector y un escritorio esperan.
Carlos Fluxá –coordinador del Centro Municipal de Derechos Humanos-, la retrospectiva, la enumeración de los encuentros, la presentación de Cintia. Periodista, investigadora.
—¿Les parece que primero veamos un video, de unos ocho minutos? —las manos de Cintia comienzan su vuelo nocturno, me hacen pensar en esas palomas que mi abuela llamaba palomitas de la Virgen, livianas y claras.
En la pared blanca la proyección que ya conozco pero no puedo dejar de mirar y escuchar. Las fotografías de Marta Zamaro, de Nilsa Urquía. Los testimonios de su hermana y de una amiga. Las voces quebradas aún tras treinta siete años de los asesinatos. Nunca dejará de asombrarme ese dolor en carne sangrante que no cicatriza que no está hecho solo de muerte y ausencia como el dolor que debería ser, como el que muchos conocemos, ese dolor que va menguando y se vuelve querido tan querido como el ausente, sino que es un dolor que gime, se retuerce, aprieta los dientes, se revuelca desesperado esperando muchas veces aquel cuerpo ausente para siempre que no deja de sembrarle una duda terrible -¿y si todavía vive?- y sobre todo, esperando justicia, para poder llorar finalmente en paz.
—¿Por qué tardaron 37 años en reabrir la causa de Marta y Nilsa?
—Porque fue muy difícil convencer a la familia. La hermana de Marta, en 2011 que fue cuando la asociación de Prensa se presentó como querellante junto a la familia, dijo que su madre, -que tenía noventa y cuatro años entonces-, “recién ahora” podía hablar de Marta y pensar en reabrir la causa que… —otras vez las palomas de la Virgen y de fondo proyectada sobre la pared, la imagen del mural de Viso y Cía., el mural pintado por Círculo de dibujantes santafesinos en la Asociación de Prensa,  la imagen congelada en la cara de Marta, militando en la primera fila de una marcha surgida de la imaginación, de la imaginación y el único brazo firme y la única mano ,teñida, de dedos teñidos, de uñas teñidas con pintura imborrable, de Raúl Viso, donde las caras de Marta Zamaro, de Rodolfo Walsh y de otros y otras reconocibles, hablan desde el muro previamente blanquedo —…la causa que tras seis meses de investigación, de investigación disfrazada de investigación, se cerró sin culpables y sin nombres. No me voy a detener en los detalles de los cuerpos encontrados en los bajos del arroyo Cululú el 16 de noviembre de 1974, -baste decir que llevaban la firma de la triple A-, baste decir que en su casa de donde fueron secuestradas las dos, se encontraron regadas en la escalera roturas, papeles...un zapato…—un silencio de respiraciones contenidas y las palomas revoloteándolo—, ellas habían sido amenazadas, estaban en la lista de los condenados.
Después de los asesinatos, los integrantes de la redacción de Nuevo Diario -donde trabajaban Marta y gran parte todos los huelguistas del Litoral-,  pasaron a formar parte de la lista de amenazados y se dispersaron.

“Al menos nosotros tenemos el cuerpo, sabemos lo que le pasó”
                                           Graciela Zamaro, hermana de Marta.





  

sábado, 8 de junio de 2013

La búsqueda (tracción a sangre pero...¿la sangre de quién?



Roverano y Cuatro de Enero, ocho menos cuarto de la mañana. Se preguntará lector desconocido qué hago tan lejos de mi casa a esta hora un viernes como el de hoy, que anuncia el invierno que ya tenemos encima. Camino, no literalmente, claro, el R12 todavía camina y en invierno camina por mí. Mi recorrido al azar lleva casi una hora y hasta este momento nada había llamado mi atención. Entonces lo veo. Va sentado e inmóvil. No levanta la cabeza. Sentado y con el cuerpo acurrucado, levemente doblado hacia delante formando un arco, una medialuna: cabeza cuerpo piernas. Lleva las manos en los bolsillos, las piernas muy juntas, apretadas. Lo veo desde atrás así que me ofrece solo la espalda. A su lado un hombre, seguramente el padre, pienso. El padre conduce el carro; él seguramente no habla, digo él pero bien podría ser una ella, un pibe o una piba de unos no sé, calculo once o doce años, no más. Observo mejor y decido que es un pibe. Ya dije que voy detrás, no le veo la cara. Me pregunto si tendrá los ojos cerrados. Evidentemente tiene frío. 
He frenado en la esquina,  los he visto pasar.
Me los quedo mirando mientras escucho el ruido opaco de los cascos del caballo al golpear sobre la calle de tierra. Pienso, solo eso, no he hecho más que pensar durante unos segundos, pensar o más bien preguntarme acerca del niño cuya cara no he podido ver porque llevaba puesta la capucha de la campera; y de esos pensamientos me ha quedado como un eco conformado por palabras sueltas: desayuno escuela madre caballo basura futuro acción soledad miedo frío amanecer y otras que no recuerdo.
Así comenzó el viernes, un par de horas después, sin haber logrado concentrarme en nada que contarle, lector desconocido, recibiría una salutación por el día del periodista, olvidaría el cumpleaños de un amigo pero tendría la excusa perfecta, facebook no me lo habría recordado, decidiría no almorzar por no hacer el esfuerzo de cocinar, escucharía las noticias y leería el diario sin mucho interés, dormiría la siesta y pensaría en mi padre que murió un junio, desecharía la idea del mate y a eso de las cinco o cinco y media caminaría por la avenida 7 de Marzo en la inútil búsqueda de una imagen que bocetarle en estas líneas, pensaría en la otra avenida, no hace tantos años atrás, la avenida anterior a la inundación del 2003, esa avenida de caras conocidas; entonces miraría, nuevamente sin interesarme demasiado en nada y con sorpresa renovada esta avenida, la actual, repleta de negocios,  ofertas repetidas, veredas viejas, perros y personas,  automóviles  sobre todo eso, autos autos autos y no podría decidirme por nada, por ninguna imagen por una ninguna palabra escuchada al pasar, ninguna historia fisgoneada y robada mientras el café de Bizarro se deslizaría amargo y caliente por mi garganta.
De regreso elegiría la costanera y auque me quedaría buen rato contemplando el río tampoco esa corriente hipnótica me llevaría hacia alguna historia lejana que luego trasladarle, estimado lector mío. Finalmente, por la noche, después de un baño que no sería reparador caminaría las pocas cuadras que me separan del Centro Cultural sin prestar atención a nada,  para sentarme, luego de sacar mi entrada y saludar con movimientos de cabeza y una sonrisa de cortesía, sin pararme a hablar como es mi costumbre, decía, luego de todo, de apagar el celular y meterme un caramelo de naranja extrañamente reparador en la boca, me sentaría en la tercera fila con la vista fija en el escenario. Una hora después desandaría las tres cuadras buscando las palabras con las que luego intentaría contarle, siempre a usted, lector, a quién más, la obra puesta en escena para solo encontrar otras que aún conformarían aquel eco que desde la mañana no me habría abandonado y no lo haría ya, complicando aún más mi escaso sueño nocturno: desayuno escuela madre caballo basura futuro acción soledad miedo frío amanecer y otras que no quiero recordar como indiferencia.
 

miércoles, 5 de junio de 2013

La pila de zapatos


Los enterramientos clandestinos en el campo militar San Pedro, en el marco del ciclo "Lunes con la Memoria", que organiza el Centro Municipal de Difusión de los Derechos Humanos.

La pila de zapatos
Como sabiendo o anticipando el clima del encuentro de la noche, el lunes tres de junio amaneció con niebla. A eso de las siete y media, con la luz del día asomando, el puente flotaba sobre la niebla y el río espejaba la isla y por encima del espejo frío y quieto la niebla fantasmal, la misma niebla que Hugo Kofman y Marcelo Villar intentan apartar de la historia reciente para despejarla, exponerla, acercarla, para darla en paz y también en dolor a las generaciones que han nacido en la luz y no saben de ella, no saben de la niebla, ni de su silencio.
Las ocho menos cinco de la noche. En la puerta de la Dirección de Cultura y Educación los jóvenes, multicolores, ruidosos, fumadores. Los jóvenes y también las docentes.
—Apagá ese cigarrillo Luis.
—Ya voy, profe —“la profe” es Mirta Sosa, de la Escuela Manuel Estrada, o “la de Comercio”, como la seguimos llamando los que ya no somos jóvenes, ni coloridos, ni ruidosos.
Recomendaciones de la docente, no las escucho, las sospecho por el tono de la voz y mientras, veo que adentro Hugo Hofman y Marcelo Villar esperan.
—Sí, profe, sí —escucho, y abro la puerta.
Las sillas blancas, las flores blancas sobre el escritorio cubierto con un mantel blanco, la pantalla blanca, el proyector dispuesto, los cables sobre el piso, culebras negras los cables.
Jorgelina Urrutia yendo y viniendo, agitada, atenta, cámara en mano.
—Siéntese adelante, Gerardo —me sonríe, tiene los ojos claros y el pelo mojado.
—Me gusta acá.
—¿No me va a decir que es tímido? —se burla.
—No, poco sociable nomás, además desde atrás veo mejor.
—¿Y también escucha mejor?
—También.
Las sillas se van ocupando, pocos somos los adultos, la sala se completa con adolescentes del cuarto y quinto año de secundaria.
Carlos Fluxá hace las presentaciones, una breve introducción y también una retrospectiva sobre los encuentros anteriores.
Yo no lo escucho o más bien lo escucho a medias, miro la pantalla donde un mapa me señala Santa Fe, la ruta provincial cuatro, Arroyo Aguiar, el campo militar San Pedro, Laguna Paiva.
Pasará una hora antes que la imagen de lugar a una nueva. Kofman tiene el micrófono.
—Me entregaron un sobre con restos, me pudo la curiosidad y lo abrí, eran claramente humanos, pude distinguir las falanges, las uñas; era 1985 y no pensé en mi hermano porque sabía que había sido secuestrado en Tucumán. Pero pensé en algunos amigos.
Los detalles de las primeras investigaciones hechas a oscuras, entre la niebla, para no ser detectados, para que no “se” borraran o “se” desparecieran las pruebas.
Los años que tuvieron que pasar hasta poder hacer las denuncias no por temor, sino por saber que la justicia santafesina de entonces era un cómplice más, fueron muchos. La denuncia se hizo en 2006; saque usted la cuenta, amigo lector.
Las anécdotas, algunas contadas con una sonrisa. Los sentimientos cambiando la luz en los ojos de Kofman y otra vez la niebla, ahora en las facciones de Villar.
—¿Qué hacían para que se los llevaran? —una chica, pelo largo, delineador negro. Una chica, nada más, al menos hasta esa noche, nada más.
Cómo decirles que no se podía pedir, que no se podía militar, que no se podía votar, que no se podía cantar, que no se podía pintar ni gritar ni pretender otro mundo. Ellos supieron cómo: Kofman, Villar y también Cherep, el Director de Cultura y Educación; ellos eligieron las palabras: pocas, claras, concretas y mansas, sobre todo eso, mansas, palabras con paz.
Las bocas, los ojos de los jóvenes atrapados y congelados en el asombro; los de algunos, otros tenían la vista fija en los celulares. No importa, si tan solo uno, pensé, si tan solo uno sale sabiendo, entendiendo o al menos sospechando, entonces no importa.
En la pantalla, las fotografías de aquellos que se reencontraron con sus nombres en esa tumba común.
Las fotografías del campo, la tranquera, el casco de estancia, el lugar de la excavación y tres hombres -tres historias-, caminando el monte, hurgando el monte, buscando, encontrando, despejando la niebla.
—¿Por qué siguen con esto, qué los motiva? —una voz de mujer, de una niñamujer, sentada en la primera fila
Marcelo Villar: el micrófono
—Por ustedes —su explicación—; para que no construyan el fututo sobre crímenes, sino sobre la memoria, la verdad y la justicia —sus lágrimas y mi sorpresa, después de tantos años, y sí, sí, después de tantos años, el amor y el dolor intactos asomándose en cuanto uno se descuida.
Como postre, si me permite la expresión, lector de mi columna escondida, la voz grabada del Carlos Jesús Castellanos, el hombre que llevó sobre sus hombros hasta que su conciencia no pudo soportarlo más, la sospecha de los enterramientos. Primero vio una pila de zapatos entre pastos altos junto al agua; después la tierra removida; después un ceibo manchado con sangre, unos zapatos femeninos, una cadenita; entonces cavó.


“Todavía esperamos que los militares hablen; ellos tienen la verdad”
Marcelo Villar, su hermana continúa desaparecida.