viernes, 21 de junio de 2013

El zapato en la escalera





Cuarto encuentro en el marco del ciclo "Lunes con la Memoria" que organiza el Centro Municipal de Difusión de los Derechos Humanos.



Se me hizo tarde así que camino ligero masticando unas pepas de girasol, camino porque el R12 me dejó como quien dice, a pata, pienso que, involuntariamente, voy cumpliendo con la indicación del médico “camine todos los días por lo menos media hora, Murillas” a los médicos se les ha dado por hacer caminar a la gente. En la esquina de Libertad y Obispo, en la vereda, un trío: Cherep, Director de Cultura y Educación -
más conocido como el Turco-, Carlos Fluxá y Cintia Mignone, siempre delgada, siempre con sus manos como palomas sobrevolando sus palabras.
Dentro, dos o tres personas, me siento lejos, atrás y a la derecha. Busco con los ojos a mi fotógrafa, Jorgelina Urrutia; no está, si no aparece voy a tener que robarle la foto a alguien más. Miro con atención: una vecina, una docente, un muchacho calcado del Che, pelo, barba, boina, ojos del Che. Está sentado con los codos apoyados en las rodillas y tiene las manos juntas como si rezara, apoyadas en los labios, no reza, claro; mira, mira desde abajo porque tiene la cabeza inclinada hacia el piso; mira, relojea, por curiosidad y timidez, desde esa posición incómoda.
A las ocho y cuarto la puerta se abre y entra una marabunta de jóvenes, masticadores de maníes encamisados y chizitos que copan el salón y las sillas siempre blancas que forman una luna en cuarto menguante en cuya concavidad el proyector y un escritorio esperan.
Carlos Fluxá –coordinador del Centro Municipal de Derechos Humanos-, la retrospectiva, la enumeración de los encuentros, la presentación de Cintia. Periodista, investigadora.
—¿Les parece que primero veamos un video, de unos ocho minutos? —las manos de Cintia comienzan su vuelo nocturno, me hacen pensar en esas palomas que mi abuela llamaba palomitas de la Virgen, livianas y claras.
En la pared blanca la proyección que ya conozco pero no puedo dejar de mirar y escuchar. Las fotografías de Marta Zamaro, de Nilsa Urquía. Los testimonios de su hermana y de una amiga. Las voces quebradas aún tras treinta siete años de los asesinatos. Nunca dejará de asombrarme ese dolor en carne sangrante que no cicatriza que no está hecho solo de muerte y ausencia como el dolor que debería ser, como el que muchos conocemos, ese dolor que va menguando y se vuelve querido tan querido como el ausente, sino que es un dolor que gime, se retuerce, aprieta los dientes, se revuelca desesperado esperando muchas veces aquel cuerpo ausente para siempre que no deja de sembrarle una duda terrible -¿y si todavía vive?- y sobre todo, esperando justicia, para poder llorar finalmente en paz.
—¿Por qué tardaron 37 años en reabrir la causa de Marta y Nilsa?
—Porque fue muy difícil convencer a la familia. La hermana de Marta, en 2011 que fue cuando la asociación de Prensa se presentó como querellante junto a la familia, dijo que su madre, -que tenía noventa y cuatro años entonces-, “recién ahora” podía hablar de Marta y pensar en reabrir la causa que… —otras vez las palomas de la Virgen y de fondo proyectada sobre la pared, la imagen del mural de Viso y Cía., el mural pintado por Círculo de dibujantes santafesinos en la Asociación de Prensa,  la imagen congelada en la cara de Marta, militando en la primera fila de una marcha surgida de la imaginación, de la imaginación y el único brazo firme y la única mano ,teñida, de dedos teñidos, de uñas teñidas con pintura imborrable, de Raúl Viso, donde las caras de Marta Zamaro, de Rodolfo Walsh y de otros y otras reconocibles, hablan desde el muro previamente blanquedo —…la causa que tras seis meses de investigación, de investigación disfrazada de investigación, se cerró sin culpables y sin nombres. No me voy a detener en los detalles de los cuerpos encontrados en los bajos del arroyo Cululú el 16 de noviembre de 1974, -baste decir que llevaban la firma de la triple A-, baste decir que en su casa de donde fueron secuestradas las dos, se encontraron regadas en la escalera roturas, papeles...un zapato…—un silencio de respiraciones contenidas y las palomas revoloteándolo—, ellas habían sido amenazadas, estaban en la lista de los condenados.
Después de los asesinatos, los integrantes de la redacción de Nuevo Diario -donde trabajaban Marta y gran parte todos los huelguistas del Litoral-,  pasaron a formar parte de la lista de amenazados y se dispersaron.

“Al menos nosotros tenemos el cuerpo, sabemos lo que le pasó”
                                           Graciela Zamaro, hermana de Marta.





  

sábado, 8 de junio de 2013

La búsqueda (tracción a sangre pero...¿la sangre de quién?



Roverano y Cuatro de Enero, ocho menos cuarto de la mañana. Se preguntará lector desconocido qué hago tan lejos de mi casa a esta hora un viernes como el de hoy, que anuncia el invierno que ya tenemos encima. Camino, no literalmente, claro, el R12 todavía camina y en invierno camina por mí. Mi recorrido al azar lleva casi una hora y hasta este momento nada había llamado mi atención. Entonces lo veo. Va sentado e inmóvil. No levanta la cabeza. Sentado y con el cuerpo acurrucado, levemente doblado hacia delante formando un arco, una medialuna: cabeza cuerpo piernas. Lleva las manos en los bolsillos, las piernas muy juntas, apretadas. Lo veo desde atrás así que me ofrece solo la espalda. A su lado un hombre, seguramente el padre, pienso. El padre conduce el carro; él seguramente no habla, digo él pero bien podría ser una ella, un pibe o una piba de unos no sé, calculo once o doce años, no más. Observo mejor y decido que es un pibe. Ya dije que voy detrás, no le veo la cara. Me pregunto si tendrá los ojos cerrados. Evidentemente tiene frío. 
He frenado en la esquina,  los he visto pasar.
Me los quedo mirando mientras escucho el ruido opaco de los cascos del caballo al golpear sobre la calle de tierra. Pienso, solo eso, no he hecho más que pensar durante unos segundos, pensar o más bien preguntarme acerca del niño cuya cara no he podido ver porque llevaba puesta la capucha de la campera; y de esos pensamientos me ha quedado como un eco conformado por palabras sueltas: desayuno escuela madre caballo basura futuro acción soledad miedo frío amanecer y otras que no recuerdo.
Así comenzó el viernes, un par de horas después, sin haber logrado concentrarme en nada que contarle, lector desconocido, recibiría una salutación por el día del periodista, olvidaría el cumpleaños de un amigo pero tendría la excusa perfecta, facebook no me lo habría recordado, decidiría no almorzar por no hacer el esfuerzo de cocinar, escucharía las noticias y leería el diario sin mucho interés, dormiría la siesta y pensaría en mi padre que murió un junio, desecharía la idea del mate y a eso de las cinco o cinco y media caminaría por la avenida 7 de Marzo en la inútil búsqueda de una imagen que bocetarle en estas líneas, pensaría en la otra avenida, no hace tantos años atrás, la avenida anterior a la inundación del 2003, esa avenida de caras conocidas; entonces miraría, nuevamente sin interesarme demasiado en nada y con sorpresa renovada esta avenida, la actual, repleta de negocios,  ofertas repetidas, veredas viejas, perros y personas,  automóviles  sobre todo eso, autos autos autos y no podría decidirme por nada, por ninguna imagen por una ninguna palabra escuchada al pasar, ninguna historia fisgoneada y robada mientras el café de Bizarro se deslizaría amargo y caliente por mi garganta.
De regreso elegiría la costanera y auque me quedaría buen rato contemplando el río tampoco esa corriente hipnótica me llevaría hacia alguna historia lejana que luego trasladarle, estimado lector mío. Finalmente, por la noche, después de un baño que no sería reparador caminaría las pocas cuadras que me separan del Centro Cultural sin prestar atención a nada,  para sentarme, luego de sacar mi entrada y saludar con movimientos de cabeza y una sonrisa de cortesía, sin pararme a hablar como es mi costumbre, decía, luego de todo, de apagar el celular y meterme un caramelo de naranja extrañamente reparador en la boca, me sentaría en la tercera fila con la vista fija en el escenario. Una hora después desandaría las tres cuadras buscando las palabras con las que luego intentaría contarle, siempre a usted, lector, a quién más, la obra puesta en escena para solo encontrar otras que aún conformarían aquel eco que desde la mañana no me habría abandonado y no lo haría ya, complicando aún más mi escaso sueño nocturno: desayuno escuela madre caballo basura futuro acción soledad miedo frío amanecer y otras que no quiero recordar como indiferencia.
 

miércoles, 5 de junio de 2013

La pila de zapatos


Los enterramientos clandestinos en el campo militar San Pedro, en el marco del ciclo "Lunes con la Memoria", que organiza el Centro Municipal de Difusión de los Derechos Humanos.

La pila de zapatos
Como sabiendo o anticipando el clima del encuentro de la noche, el lunes tres de junio amaneció con niebla. A eso de las siete y media, con la luz del día asomando, el puente flotaba sobre la niebla y el río espejaba la isla y por encima del espejo frío y quieto la niebla fantasmal, la misma niebla que Hugo Kofman y Marcelo Villar intentan apartar de la historia reciente para despejarla, exponerla, acercarla, para darla en paz y también en dolor a las generaciones que han nacido en la luz y no saben de ella, no saben de la niebla, ni de su silencio.
Las ocho menos cinco de la noche. En la puerta de la Dirección de Cultura y Educación los jóvenes, multicolores, ruidosos, fumadores. Los jóvenes y también las docentes.
—Apagá ese cigarrillo Luis.
—Ya voy, profe —“la profe” es Mirta Sosa, de la Escuela Manuel Estrada, o “la de Comercio”, como la seguimos llamando los que ya no somos jóvenes, ni coloridos, ni ruidosos.
Recomendaciones de la docente, no las escucho, las sospecho por el tono de la voz y mientras, veo que adentro Hugo Hofman y Marcelo Villar esperan.
—Sí, profe, sí —escucho, y abro la puerta.
Las sillas blancas, las flores blancas sobre el escritorio cubierto con un mantel blanco, la pantalla blanca, el proyector dispuesto, los cables sobre el piso, culebras negras los cables.
Jorgelina Urrutia yendo y viniendo, agitada, atenta, cámara en mano.
—Siéntese adelante, Gerardo —me sonríe, tiene los ojos claros y el pelo mojado.
—Me gusta acá.
—¿No me va a decir que es tímido? —se burla.
—No, poco sociable nomás, además desde atrás veo mejor.
—¿Y también escucha mejor?
—También.
Las sillas se van ocupando, pocos somos los adultos, la sala se completa con adolescentes del cuarto y quinto año de secundaria.
Carlos Fluxá hace las presentaciones, una breve introducción y también una retrospectiva sobre los encuentros anteriores.
Yo no lo escucho o más bien lo escucho a medias, miro la pantalla donde un mapa me señala Santa Fe, la ruta provincial cuatro, Arroyo Aguiar, el campo militar San Pedro, Laguna Paiva.
Pasará una hora antes que la imagen de lugar a una nueva. Kofman tiene el micrófono.
—Me entregaron un sobre con restos, me pudo la curiosidad y lo abrí, eran claramente humanos, pude distinguir las falanges, las uñas; era 1985 y no pensé en mi hermano porque sabía que había sido secuestrado en Tucumán. Pero pensé en algunos amigos.
Los detalles de las primeras investigaciones hechas a oscuras, entre la niebla, para no ser detectados, para que no “se” borraran o “se” desparecieran las pruebas.
Los años que tuvieron que pasar hasta poder hacer las denuncias no por temor, sino por saber que la justicia santafesina de entonces era un cómplice más, fueron muchos. La denuncia se hizo en 2006; saque usted la cuenta, amigo lector.
Las anécdotas, algunas contadas con una sonrisa. Los sentimientos cambiando la luz en los ojos de Kofman y otra vez la niebla, ahora en las facciones de Villar.
—¿Qué hacían para que se los llevaran? —una chica, pelo largo, delineador negro. Una chica, nada más, al menos hasta esa noche, nada más.
Cómo decirles que no se podía pedir, que no se podía militar, que no se podía votar, que no se podía cantar, que no se podía pintar ni gritar ni pretender otro mundo. Ellos supieron cómo: Kofman, Villar y también Cherep, el Director de Cultura y Educación; ellos eligieron las palabras: pocas, claras, concretas y mansas, sobre todo eso, mansas, palabras con paz.
Las bocas, los ojos de los jóvenes atrapados y congelados en el asombro; los de algunos, otros tenían la vista fija en los celulares. No importa, si tan solo uno, pensé, si tan solo uno sale sabiendo, entendiendo o al menos sospechando, entonces no importa.
En la pantalla, las fotografías de aquellos que se reencontraron con sus nombres en esa tumba común.
Las fotografías del campo, la tranquera, el casco de estancia, el lugar de la excavación y tres hombres -tres historias-, caminando el monte, hurgando el monte, buscando, encontrando, despejando la niebla.
—¿Por qué siguen con esto, qué los motiva? —una voz de mujer, de una niñamujer, sentada en la primera fila
Marcelo Villar: el micrófono
—Por ustedes —su explicación—; para que no construyan el fututo sobre crímenes, sino sobre la memoria, la verdad y la justicia —sus lágrimas y mi sorpresa, después de tantos años, y sí, sí, después de tantos años, el amor y el dolor intactos asomándose en cuanto uno se descuida.
Como postre, si me permite la expresión, lector de mi columna escondida, la voz grabada del Carlos Jesús Castellanos, el hombre que llevó sobre sus hombros hasta que su conciencia no pudo soportarlo más, la sospecha de los enterramientos. Primero vio una pila de zapatos entre pastos altos junto al agua; después la tierra removida; después un ceibo manchado con sangre, unos zapatos femeninos, una cadenita; entonces cavó.


“Todavía esperamos que los militares hablen; ellos tienen la verdad”
Marcelo Villar, su hermana continúa desaparecida.