Parafraseando
a Juan José Saer, amanece y ya estoy con los ojos abiertos. Me acosté tarde y
con una sensación de plenitud poco frecuente en mis neuronas. Había caminado la
feria del libro, había mirado, conversado, escuchado.
La feria de
Santo Tomé tiene cierto aire de algarabía, no sé si será porque así somos los
santotomesinos, por el aire costero que se cuela en las carpas o por la llegada
de Dolina.
Libros
libros y más libros, mirados, comprados, donados, manoseados, deseados; escritores
locales con sus esperanzas bajo el brazo; ex combatientes, libreros comerciantes
y libreros militantes -de los libros, se entiende-; niños -la humanidad insiste
en procrear aunque a diario le anuncien que el mundo se acaba en cualquier
momento-, niños sumisos colgados de las manos de sus padres y niños gritones saltadores
reidores, llevando a rastras a sus padres.
Guitarras
en el anfiteatro frente al río opulento y Diego Reynoso, presidente del Instituto
Belgraniano del Litoral, en la intimidad
del auditorio del Jardín Nº 25, poniendo como quien dice, los mojones de una
idea en la cabeza de los santotomesinos: Santo Tomé, una ciudad Belgraniana, anclada en la historia y la leyenda.
Narradores
orales, teatro, presentaciones. Imposible ver todo hay que elegir, por gusto o
por azar da igual, así que elegí y disfruté.
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