viernes, 8 de noviembre de 2013

LA CIUDAD DIBUJA....hoy, las siete de la tarde



 
La costanera... la ando, como una oruga anda el tronco de un árbol entre músculos exigidos, la ando, entre caderas y caras enrojecidas, la ando. La ando, la voy mirando.
Diáfana, relumbra bajo el sol, se estirada, bosteza sudores y patines con trenzas mientras la ando.
Una jovencita corre aferrada a la correa de un perro que corre; corre o vuela y va dejando un halo de perfume a vainilla donde flota una cabellera imposible.
Las mujeres prefieren la compañía, combinan el bamboleo de sus caderas con la charla animada.
Los hombres prefieren trotar concentrados en la respiración agitada, algo como un bufido que los precede y los excede, una burbuja dentro la cual van sudando y golpeando rítmicamente el suelo.
Un niño levanta el boguero y el anzuelo aletea peligroso hasta enredarse en una mata de pelo cano que vigila el pie del niño, que asoma más allá del borde de cemento como espiando la correntada donde un pez salta haciéndose visible fuera del agua.
—¡Abuelo abuelo! —el niño señala el agua, el movimiento huidizo del pez.
El viento costero alza la voz y el niño alza la caña y la línea liviana y el anzuelo liviano que planean unos segundos antes de caer al agua.
El hombre del bastón, el que antes trotaba y cruzaba el río, el que trotó y cruzó el río  a nado y en zigzag por años, siempre a la misma hora, esquiva las miradas por timidez o tal vez exilio al interior.
Choco, como quien dice, contra los pilares del puente y como esos autitos a pila, cuando topan con una pared, reboto y doy la vuelta y sigo caminando.
Una mujer me ofrece pan casero -recién hecho, me dice- y la voz de un niño asciende desde mis rodillas
—¿No quiere un perrito señor?
Digo no y el niño se aleja. Lo veo aferrarse a la falda de su madre, señalarme y abrazar con fuerza al cachorro.
Desciendo las escaleras y me siento frente al río, extrañamente no puedo verlo, lo escucho pasar rumoroso, como siempre, pero no puedo verlo, solo veo un carro que dejé atrás, pudriéndose al sol, un carro y sobre él un hombre oscuro, oscuro el pelo, la piel, oscura la remera, los ojos oscuros y el mirar y a su lado veo un niño que apenas ha dejado de ser un bebé, un niño blanco, blanca las mejillas, las manos tan blancas; blanca la remera la sonrisa la boca, la mirada.





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