miércoles, 13 de junio de 2012

No solo de pan vive el hombre


Viernes 20:45. Un manojo un racimo un cardumen de jóvenes despeinados se miran se ríen se preguntan se besan las mejillas enfriadas por los primeros aguijones de invierno.
El Centro Cultural está iluminado, dentro, ordenados, los mayores hacen cola para sacar las entradas y para ingresar a la sala. Dos culebritas movedizas y coloridas. Facundo trajina con los últimos preparativos: entra y sale de la sala empujando la puerta amplia y de madera que queda oscilando en vaivén por unos segundos. Un par de chiquillos estratégicamente ubicados aprovechan el momento para colar sus miradas en el interior.
—¿Alguna vez viste teatro? —pregunto.
—Para grandes no —me mira, me ofrece una sonrisa de dientes enormes, dientes que todavía conservan la terminación en serrucho. Automáticamente calculo: 9 o 10 años.
—Yo vi una vez; dicen malas palabras —el pibe se mueve todo el tiempo, da saltitos en el lugar, es rubio.
—¿Y eso te gustó? —le pregunto, yo siempre pregunto.
—Dan risa—me dice.
—Hoy te vas a reír pero no solo por las malas palabras —lo informo, pero Facundo empuja la puerta y el niño tiene su cabeza dentro de la sala.
En el mostrador, los programas de la obra formaron una pila prolija que ahora muestra el desorden de las manos ávidas.
Facundo gesticula algunas instrucciones. Andrea sale presurosa hacia…no importa.
Facundo se frota las manos, los ojos negrísimos le brillan y la boca es una sonrisa de dientes desordenados.
—Estoy loco, Murillas. ¡Doscientos espectadores! Damos sala en diez minutos, tengo que habilitar un sector que no pensaba usar—se detiene y me mira a los ojos, si hasta parece que no respira— no pensaba que…
—¿Contento?
—¡Qué le parece!
Se aleja;tiene un andar liviano, un tanto teatral. Va saludando y sonriendo. Se frota las manos, único signo evidente de tensión.
Hoy José Serralunga será el guapo, la semana pasada tres jóvenes pisaron el palito alentados por Griselda Gambaro y el viernes que viene sobrevolará entre telones, seguro, la risa de Fontanarrosa, la risa y esa mirada bonachona de manos aletargadas por la enfermedad; entonces soñaremos en el barrio.
Me siento en la primera fila. Escucho:
—Le dije que no.
—¿Eso le dijiste?
—¿Querés un caramelo mamá?
—Todavía no me depositaron el sueldo.
—Yo ya la vi.
—Se tuvo que volver nomás, viste cómo está España
—Divise las puertas de emergencia a los costados de escenario, en caso de emergencia siga las instrucciones del personal de la sala. Se ruega apagar los teléfonos celulares,
Cuando las luces bajan estiro las piernas y me preparo para el viaje.
 

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