Hablando de irreverentes, a mí, que siempre uso el adjetivo para elogiar, pensando en los que no se inclinan en reverencias, me viene a la cabeza su significado literal: irrespetuoso, y se me ocurre que podría intercalar, digamos, el primer y el segundo uso del término, algo así como:
Son irreverentes los semáforos nuevos de Av. Luján, que ordenan a los desaforados. El gobierno de la ciudad no reverencia a los desaforados.
Son irreverentes los peatones que se largan a cruzar
Son irreverentes los que bailan tango los jueves en el taller gratuito que se dicta bajo el ala de
Son descarnadamente irreverentes las respuestas de ciertos empleados públicos (y no es que se me de por caer en eso de “deberían tratarnos bien porque le pagamos el sueldo”, hablo de convivencia, hablo de humanidad y hasta de caridad).
Son irreverentes las películas de las funciones de cine de los martes, en el Centro Cultural.
Son irreverentes los que insisten en doblar hacia Candioti a las ocho de la mañana en medio de las interminables y, aunque nerviosas, aletargadas colas para cruzar el puente.
Son irreverentes nuestras concejales.
Son irreverentes nuestras calles sin asfaltar y los vecinos del centro que sacan la basura fuera de hora.
Son irreverentes los niños en los semáforos, pero: ¿qué clase de irreverentes? Usted elija según su propia irreverencia.
Los santotomesinos calificamos, sea por uno u otro uso del término, como irreverentes.
Los santotomesinos tenemos irreverente hasta el río.
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