“¿Quién
es aquel, que burlado en sus esperanzas, resentido por la ajena
injusticia, labrado de pasiones o forjándose planes quimérico de ventura
no ha suspirado una vez en su vida por una isla como la de Robinson?
Esta
isla afortunada está allí en la de Mas-a-fuera, aunque no sea prudente
asegurar que en ella se halle la felicidad apetecida.
¡Sueño
Vano!...Se nos secaría una parte del alma como un costado a los
paralíticos, si no tuviésemos sobre quienes ejercitar la envidia, los
celos, la ambición, la codicia, y tanta otra pasión eminentemente
social, que con apariencia de egoísta ha puesto Dios en nuestros
corazones, cual otros tantos vientos que inflasen las velas de la
existencia para surcar estos mares llamados sociedad, pueblo, estado.
¡Santa pasión la envidia! Bien lo sabían los griegos que le levantaron
altares”
El párrafo anterior pertenece a Domingo Faustino Sarmiento; a sus Viajes en Europa, África y América.
Hace un buen rato que tales aventuras –físicas e intelectuales-,
esperaban en la torre de babel de mi meza de luz, torre donde se
acumulan en desorden de idiomas, nacionalidades y siglos, autores célebres o ignorados, geniales o abominables.
Me
preguntaba, mientras leía –preguntarme mientras leo es una vieja
costumbre, de la que, como del cigarrillo, no me puedo desprender-,
acerca del ejercicio de la envidia -rasgo de carácter con tan mala
prensa-, y sus manifestaciones más o menos delatoras en las llamadas
redes sociales –yo las veo más bien como un ovillo de lana a merced de
las garras de un gato, las llamaría por ejemplo: enredos sociales-, y hacia
allí me dirigí con un clic, que me parece es lo más cercano que uno
estará –al menos yo- de esos transportes de fantasía que se activaban en
la vieja serie televisiva con un Sr. Scot, transpórteme, hacia otros sitios, sin mover un músculo.
Me
bastó con leer unos pocos comentarios y otros tantos tweets, para
confirmar mi sospecha de que la envidia no le escapa a convivir con los
santotomesinos.
Claro
que además existen otras redes u ovillos llamados: centro de;
asociación de; sociedad de; lugares donde la envidia deambula rostros
–no ya virtuales- y sobre todo lenguas.
Aprovechando
un claro entre chaparrón y chaparrón me corrí hasta el taller de
–entenderán que no lo nombre- y la grata perecedera convivencia, me
ofreció un claro ejemplo de, permítaseme el término, envidiosidad, oculta tras besos y sonrisas y aplausitos complacientes. Excepciones habrá, eso es seguro, ya que, como todo el mundo sabe son las excepciones las que hacen las reglas.
Comprobado
empíricamente, el pensamiento de Sarmiento me lleva a reivindicar la
tan vapuleada envidia, que, bien utilizada, empuja los engranajes de la
creatividad, hace girar la rueda del ingenio, mantiene el espíritu
alerta, la mente ágil y hasta produce Adonis y Venus con los cuales
deleitar la mirada.
Confirmado,
como amenaza lluvia, quédese en su casa y experimente desde allí, haga
clic –es decir accione- y auto transpórtese; la envidia entrará a su
pantalla y bailará baguala y bailará catanga.
Cortázar, digo, ¿clasificaría a la envidia como cronopio o como fama? ¿Y usted?
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