domingo, 23 de septiembre de 2012

El mingitorio de Duchamp -el arte y la ciudad-



Aclarado el misterio de los huevos fritos confieso cierta desilusión. Si bien la ubicación de los dibujos me hicieron sospechar que podrían estar vinculados a alguna cuestión relacionada con el tránsito, envuelto, sumergido en mi helado de chocolate que en ese momento era el mundo entero, elegí desechar el pensamiento racional intuitivo y dejarme llevar por el calorcito primaveral, y guardé la esperanza de que la pintada estuviera relacionada con el arte.   Todo esto aclarando que la idea, por original en su forma y forma de uso -la creación previa del misterio- no está en tela de juicio, más bien al contrario, divertida y participativa en sí misma, es todo un acierto.
Al igual que el mingitorio de Duchamp –exhibido con el título Fuente-, los huevos fritos admiten una lectura que su ubicación les confiere -al igual que la ubicación del mingitorio en el contexto de una exposición de arte-.
Huevos fritos en la cocina: un placer que aterra a los médicos -sobre todo a mi cardiólogo, el doctor Cejas-, ocupados en los niveles de colesterol. Huevos fritos pintados en las esquinas de la ciudad por el municipio con un fin determinado: un mensaje.
Huevos fritos en el Estrada Bello: mensaje + belleza = arte
Siendo la belleza (o su contratara el horror), el soporte del arte, el mensaje cifrado invita, pregunta, dispara, abre el debate.
Ahora bien, volviendo a las esquinas de la ciudad y sus huevos fritos, la misma imagen que un museo o galería de arte despertaría fascinación,  en otro contexto, se despoja de lo artístico para volverse solo mensaje con un fin útil: ponete el casco, no seas huevón, que si no estás frito.
La pieza de Duchamp fue votada en 2004 como la creación artística más influyente de los últimos cien años ¿por qué?, por su valor figurativo, su capacidad infinita de metáfora, otorgada por el contexto. Entonces, me pregunto, nuestros huevos fritos, con todo y asfalto en el Estrada Bello o con alguno de nuestros artistas plásticos atribuyéndose la obra, ¿qué racimo de múltiples interpretaciones, qué miríada de disparates alucinados o racionales habrían despertado?
Me paro sobre uno de los tantos huevos y lo miro y pienso e imagino la ciudad sin más tema de conversación que la clara y la yema, las discusiones apasionadas, las coincidencias, las jornadas de debate, la llegada de críticos y estudiantes. Imagino la ciudad entera detenida alrededor de  los huevos fritos; la ciudad como quien dice en la luna, ocupada de no ocuparse de nada útil, y no sé por qué me río y me río y me lleno de algo así como de un estado de gracia que hace tiempo no sentía. Me parece de acá me voy directo al museo a ver qué opina el Machi Maignien.

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