sábado, 9 de febrero de 2013

Palabras politizadas en el mes irreal



Muy politizado esta semana, fue lo que decía el correo que recibí, referido a mi entrada titulada La guerra formidable así que me vuelvo a la literatura no por cobardía sino porque la extraño, además, pensándolo bien, la entrada pretendía recordar que la humanidad avanza dividida entre poderosos y débiles desde que el mundo es mundo como quien dice; no es nueva es solo diferente la forma en que se manifiesta el fenómeno, cambiando los actores, la forma del discurso y los escenarios,  así que sí, estimada y fiel lectora, tiene usted razón, ha acertado con el adjetivo y también con el pedido implícito de que no ande caminando por esos riscos.
Y sabedor (ya que sus correos son habituales) de sus gustos literarios, he escogido para usted las palabras siguientes ya que el mes me obliga o por mejor decir me las recuerda.

“No hay, al principio nada. Nada. El río liso, dorado, sin una sola arruga, y detrás, baja, polvorienta, en pleno sol, su barranca cayendo suave, medio comida por el agua, la isla. El Gato se retira de la ventana, que queda vacía, y busca, de sobre las baldosas coloradas, los cigarrillos y los fósforos. Acuclillado enciende un cigarrillo, y, sin sacudirlo, entre el tumulto de humo de la primera bocanada, deja caer el fós­foro que, al tocar las baldosas, de un modo súbito, se apa­ga. Vuelve a acodarse en la ventana: ahora ve al Ladeado, montado precario en el bayo amarillo, con las piernas cru­zadas sobre el lomo para no mojarse los pantalones. El agua se arremolina contra el pecho del caballo. Va emergiendo, gradual, del agua, como con sacudones levísimos, disconti­nuos, hasta que las patas finas tocan la orilla.
[…]El piso duro y frío de baldosas coloradas lo hace estre­mecer cuando apoya en él la espalda desnuda. Deja los ci­garrillos [el Gato] y los fósforos sobre su pecho. Mira el cielorraso. No piensa en nada. Su piel entibia casi en seguida las baldo­sas. Cierra los ojos y respira lento, inmóvil, haciendo crujir ligeramente el celofán del paquete de cigarrillos depositado sobre su pecho. Llega, hasta sus oídos, sin estridencias, el ru­mor de febrero, el mes irreal, concentrado, como en un gru­mo, en la siesta”.

El primer párrafo abre la novela Nadie Nada Nunca de Juan José Saer, aquellos que aprecian su prosa, que sienten como propia la música que de ella se desprende, son capaces de recitarlo sin error, respetando la respiración del autor, la respiración de la mirada del autor que mira e indaga y recrea al ritmo del agua del río y del pasar de los minutos soporíferos de febrero.
Nada, nada; quiero decir por nada en particular,  solo recordar, una vez más recordar, que Febrero da vida a Nadie Nada Nunca y Nadie Nada Nunca califica a febrero, lo define, de alguna forma lo corporiza y cito: “febrero, el mes irreal, concentrado, como en un gru­mo, en la siesta”.
Para los que no conocen a Saer, un dato: Saer nació en Santa Fe en 1937. Su febrero es nuestro febrero, su isla es nuestra isla y su río es nuestro río.
Un autor, un adjetivo singular, como solo los auténticos  escritores saben descubrir e instalar.  

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