domingo, 24 de marzo de 2013

El otro atardecer



 
Viene al atardecer, todos los días, aunque llueva.
Al principio la acompañaba un niño pequeño, más pequeño que ella, quiero decir, que tendrá unos ocho años, es difícil saberlo porque el cuerpo menudo hace pensar en no más de seis.
¿Tiene algo? es lo primero que siempre dice.
Al principio, yo le daba un par de frutas, entonces, enseguida, después de guardar las frutas en una bolsa de supermercado, esas que se suponen no entregan más,  venía un suspirado: ¿tiene algo para cocinar esta noche?
Al principio, yo le alcanzaba un paquete de arroz o de fideos que también iban a para a la bolsa.   
Al principio, lejos de haber terminado, lejos de poder cerrar la puerta y meterme en las noticias o volver al libro o la computadora y olvidarme o más bien no pensar en el asunto, me encontraba ante una nueva pregunta pronunciada con una imitación de último aliento: ¿tiene dos pesos para comprarle pañales a mi hermano?
Al principio, un día dije no, otro sí, otro no, otro no vengas todos los días, todos no.
Ahora viene tres veces por semana.
Ahora repite las mismas preguntas y en el mismo orden.
Ahora obviamos la cortesía, no nos saludamos, no hay un gracias, ni su consecuente de nada.
Ahora no viene el pequeño.
Ahora, el algo para cocinar, es reemplazo, ella se vuelve específica, dice harina o polenta; a veces dice fideos no, arroz.
Ahora ya no suspira las frases.
Ahora los dos pesos pasaron a ser tres.  
Entretanto llegó el otoño.     

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