martes, 21 de mayo de 2013

Rastros en la niebla




La agrupación HIJOS en Santo Tomé, en el marco del segundo encuentro “Lunes con la memoria”
Foto: Jorgelina Urrutia  


Son las diez de la noche y al menos, en las inmediaciones de la plaza Libertad, la ciudad se encoge de frío. Hay niebla, la misma niebla que debió cubrir los rostros y las manos de los desaparecidos santotomesinos. La misma que ahogó sus gritos que hoy, hace un par de hora atrás, en la sede de la Dirección de Cultura y Educación, hicieron escuchar miembros de la agrupación HIJOS.
Tric, tric. Había olvidado este sonido. Lo escucho de los labios de una mujer joven, hija de desaparecidos. Lo escuché antes, también en los labios de una mujer, hace algunos años, una mujer que declaraba en el juicio a los genocidas. Ahora otra mujer me lo recordaba. Tric tric, risotadas; tric tric. La anécdota fue reproducida ante unas cincuenta personas que ocupaban la sede, muchos de ellos eran jóvenes, muy jóvenes.
Tric, tric, gritaban los asesinos; le gritaban a la madre de una víctima santotomesina de la dictadura, de una asesinada, de alguien que la agrupación HIJOS hace que no sea olvidada, la nombran y asocian su nombre y sus dieciséis años al ruido. Tric tric, un ruido inocente convertido en aterrador por bocas asesinas y no conformes, no conformes, también burlonas, que ríen, que gritan tric tric.
Una madre barría bien temprano la vereda, una vereda santotomesina, no importa cuál. A esa hora su hija yacía muerta en una vereda santafesina, tampoco importa cual, en una vereda la madre en una vereda la hija. Tric tric, los asesinos se sabían asesinos, los asesinos sabían de la madre, de la escoba y de la vereda limpia y de la otra vereda, sucia por la sangre de la hja; la madre se sabía madre, la madre no sabía que ya no ya no tenía una hija.
De eso se trata, de no olvidar. Eso dicen los panelistas, esos hijos sin padres.
Pero hay más, no se trata solo de no olvidar.
Los rostros importan los nombres importan, ciertamente, usted, estimado lector, puede encontrarlos en cualquier artículo aparecido seguramente hoy o tal vez mañana o en alguno aparecido ayer y que anunciaba el encuentro: el segundo lunes santotomesino por la memoria. Decía que los nombres y los caras en el panel, esas caras jóvenes cuentan, pero ellos se encargan de aseverar que más aún cuenta que haya más caras, que haya más nombres, que haya más manos contando y comienzan a contar. Cuentan para que otros también cuenten, cuentan con pasión y cuentan con calma; la de ellos es una pasión exenta de exaltaciones reales, o impostadas. Cuentan lo que los jóvenes que ocupan las primeras filas de sillas no saben o saben de oídas. Les cuentan y les muestran caras, otras caras, caras que niegan la culpa y el arrepentimiento como la del Juez Víctor Brusa; son caras que no piden; que no pedirán perdón.
—Mamá dejó el bebé en la cuna y abrió la puerta. Entraron muchos hombres y tenían medias en la cara, no se les veía la cara y le decían algo no sé qué le decían. Yo la seguí a mi mamá porque la llevaron al patio y le pusieron las manos así atrás y con un palo le pegaban en la espalda y después se la llevaron.
El sobreimpreso en el video informaba el año de aquella inusual entrevista a una niña, era 1985
—¿Y no la viste más a tu mamá? —el acento español delata la nacionalidad del entrevistador y entiendo que también el lugar, el país donde ocurre la entrevista.
—No.
—¿Y tus abuelos te dijeron por qué, qué te contaron?
—Sí, me dijeron —aquí, la niña de unos diez u once años, simplemente llora. Se pasa la mano por la cara para sacarse, para arrojar las lágrimas que ruedan por sus mejillas, y continúa hablando, pero su voz no es la misma y mira el suelo—. Mi mamá quería algo mejor para todos.
Escucho un removerse de cuerpos sobre las sillas plásticas que llevan escrito a fibrón negro “cultura” en la parte de atrás del respaldo, miro el respaldo, miro cualquier cosa para no mirar los ojos de la niña del video.
El estado de los juicios en Reconquista, la causa por la muerte de la testigo Rafaelina Silvia Suppo, asesinada en un episodio, al menos, sospechoso, etcétera, etcétera, etcétera. La anécdota importa, los datos importan, pero más importan las voces y las manos alzadas de los jóvenes. Escucho preguntas; escucho respuestas.
—¿Qué sintieron con la muerte de Videla?
—¿Cómo se protege a los testigos en Santa Fe?
Etcétera, etcétera; una reflección, un par de denuncias. No espero los aplausos finales, salgo a la niebla y me pierdo en la niebla camino a casa, me fundo en la niebla camino a casa. Una niebla que nunca más podrá ocultar a los genocidas.
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario