sábado, 8 de junio de 2013

La búsqueda (tracción a sangre pero...¿la sangre de quién?



Roverano y Cuatro de Enero, ocho menos cuarto de la mañana. Se preguntará lector desconocido qué hago tan lejos de mi casa a esta hora un viernes como el de hoy, que anuncia el invierno que ya tenemos encima. Camino, no literalmente, claro, el R12 todavía camina y en invierno camina por mí. Mi recorrido al azar lleva casi una hora y hasta este momento nada había llamado mi atención. Entonces lo veo. Va sentado e inmóvil. No levanta la cabeza. Sentado y con el cuerpo acurrucado, levemente doblado hacia delante formando un arco, una medialuna: cabeza cuerpo piernas. Lleva las manos en los bolsillos, las piernas muy juntas, apretadas. Lo veo desde atrás así que me ofrece solo la espalda. A su lado un hombre, seguramente el padre, pienso. El padre conduce el carro; él seguramente no habla, digo él pero bien podría ser una ella, un pibe o una piba de unos no sé, calculo once o doce años, no más. Observo mejor y decido que es un pibe. Ya dije que voy detrás, no le veo la cara. Me pregunto si tendrá los ojos cerrados. Evidentemente tiene frío. 
He frenado en la esquina,  los he visto pasar.
Me los quedo mirando mientras escucho el ruido opaco de los cascos del caballo al golpear sobre la calle de tierra. Pienso, solo eso, no he hecho más que pensar durante unos segundos, pensar o más bien preguntarme acerca del niño cuya cara no he podido ver porque llevaba puesta la capucha de la campera; y de esos pensamientos me ha quedado como un eco conformado por palabras sueltas: desayuno escuela madre caballo basura futuro acción soledad miedo frío amanecer y otras que no recuerdo.
Así comenzó el viernes, un par de horas después, sin haber logrado concentrarme en nada que contarle, lector desconocido, recibiría una salutación por el día del periodista, olvidaría el cumpleaños de un amigo pero tendría la excusa perfecta, facebook no me lo habría recordado, decidiría no almorzar por no hacer el esfuerzo de cocinar, escucharía las noticias y leería el diario sin mucho interés, dormiría la siesta y pensaría en mi padre que murió un junio, desecharía la idea del mate y a eso de las cinco o cinco y media caminaría por la avenida 7 de Marzo en la inútil búsqueda de una imagen que bocetarle en estas líneas, pensaría en la otra avenida, no hace tantos años atrás, la avenida anterior a la inundación del 2003, esa avenida de caras conocidas; entonces miraría, nuevamente sin interesarme demasiado en nada y con sorpresa renovada esta avenida, la actual, repleta de negocios,  ofertas repetidas, veredas viejas, perros y personas,  automóviles  sobre todo eso, autos autos autos y no podría decidirme por nada, por ninguna imagen por una ninguna palabra escuchada al pasar, ninguna historia fisgoneada y robada mientras el café de Bizarro se deslizaría amargo y caliente por mi garganta.
De regreso elegiría la costanera y auque me quedaría buen rato contemplando el río tampoco esa corriente hipnótica me llevaría hacia alguna historia lejana que luego trasladarle, estimado lector mío. Finalmente, por la noche, después de un baño que no sería reparador caminaría las pocas cuadras que me separan del Centro Cultural sin prestar atención a nada,  para sentarme, luego de sacar mi entrada y saludar con movimientos de cabeza y una sonrisa de cortesía, sin pararme a hablar como es mi costumbre, decía, luego de todo, de apagar el celular y meterme un caramelo de naranja extrañamente reparador en la boca, me sentaría en la tercera fila con la vista fija en el escenario. Una hora después desandaría las tres cuadras buscando las palabras con las que luego intentaría contarle, siempre a usted, lector, a quién más, la obra puesta en escena para solo encontrar otras que aún conformarían aquel eco que desde la mañana no me habría abandonado y no lo haría ya, complicando aún más mi escaso sueño nocturno: desayuno escuela madre caballo basura futuro acción soledad miedo frío amanecer y otras que no quiero recordar como indiferencia.
 

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