miércoles, 5 de junio de 2013

La pila de zapatos


Los enterramientos clandestinos en el campo militar San Pedro, en el marco del ciclo "Lunes con la Memoria", que organiza el Centro Municipal de Difusión de los Derechos Humanos.

La pila de zapatos
Como sabiendo o anticipando el clima del encuentro de la noche, el lunes tres de junio amaneció con niebla. A eso de las siete y media, con la luz del día asomando, el puente flotaba sobre la niebla y el río espejaba la isla y por encima del espejo frío y quieto la niebla fantasmal, la misma niebla que Hugo Kofman y Marcelo Villar intentan apartar de la historia reciente para despejarla, exponerla, acercarla, para darla en paz y también en dolor a las generaciones que han nacido en la luz y no saben de ella, no saben de la niebla, ni de su silencio.
Las ocho menos cinco de la noche. En la puerta de la Dirección de Cultura y Educación los jóvenes, multicolores, ruidosos, fumadores. Los jóvenes y también las docentes.
—Apagá ese cigarrillo Luis.
—Ya voy, profe —“la profe” es Mirta Sosa, de la Escuela Manuel Estrada, o “la de Comercio”, como la seguimos llamando los que ya no somos jóvenes, ni coloridos, ni ruidosos.
Recomendaciones de la docente, no las escucho, las sospecho por el tono de la voz y mientras, veo que adentro Hugo Hofman y Marcelo Villar esperan.
—Sí, profe, sí —escucho, y abro la puerta.
Las sillas blancas, las flores blancas sobre el escritorio cubierto con un mantel blanco, la pantalla blanca, el proyector dispuesto, los cables sobre el piso, culebras negras los cables.
Jorgelina Urrutia yendo y viniendo, agitada, atenta, cámara en mano.
—Siéntese adelante, Gerardo —me sonríe, tiene los ojos claros y el pelo mojado.
—Me gusta acá.
—¿No me va a decir que es tímido? —se burla.
—No, poco sociable nomás, además desde atrás veo mejor.
—¿Y también escucha mejor?
—También.
Las sillas se van ocupando, pocos somos los adultos, la sala se completa con adolescentes del cuarto y quinto año de secundaria.
Carlos Fluxá hace las presentaciones, una breve introducción y también una retrospectiva sobre los encuentros anteriores.
Yo no lo escucho o más bien lo escucho a medias, miro la pantalla donde un mapa me señala Santa Fe, la ruta provincial cuatro, Arroyo Aguiar, el campo militar San Pedro, Laguna Paiva.
Pasará una hora antes que la imagen de lugar a una nueva. Kofman tiene el micrófono.
—Me entregaron un sobre con restos, me pudo la curiosidad y lo abrí, eran claramente humanos, pude distinguir las falanges, las uñas; era 1985 y no pensé en mi hermano porque sabía que había sido secuestrado en Tucumán. Pero pensé en algunos amigos.
Los detalles de las primeras investigaciones hechas a oscuras, entre la niebla, para no ser detectados, para que no “se” borraran o “se” desparecieran las pruebas.
Los años que tuvieron que pasar hasta poder hacer las denuncias no por temor, sino por saber que la justicia santafesina de entonces era un cómplice más, fueron muchos. La denuncia se hizo en 2006; saque usted la cuenta, amigo lector.
Las anécdotas, algunas contadas con una sonrisa. Los sentimientos cambiando la luz en los ojos de Kofman y otra vez la niebla, ahora en las facciones de Villar.
—¿Qué hacían para que se los llevaran? —una chica, pelo largo, delineador negro. Una chica, nada más, al menos hasta esa noche, nada más.
Cómo decirles que no se podía pedir, que no se podía militar, que no se podía votar, que no se podía cantar, que no se podía pintar ni gritar ni pretender otro mundo. Ellos supieron cómo: Kofman, Villar y también Cherep, el Director de Cultura y Educación; ellos eligieron las palabras: pocas, claras, concretas y mansas, sobre todo eso, mansas, palabras con paz.
Las bocas, los ojos de los jóvenes atrapados y congelados en el asombro; los de algunos, otros tenían la vista fija en los celulares. No importa, si tan solo uno, pensé, si tan solo uno sale sabiendo, entendiendo o al menos sospechando, entonces no importa.
En la pantalla, las fotografías de aquellos que se reencontraron con sus nombres en esa tumba común.
Las fotografías del campo, la tranquera, el casco de estancia, el lugar de la excavación y tres hombres -tres historias-, caminando el monte, hurgando el monte, buscando, encontrando, despejando la niebla.
—¿Por qué siguen con esto, qué los motiva? —una voz de mujer, de una niñamujer, sentada en la primera fila
Marcelo Villar: el micrófono
—Por ustedes —su explicación—; para que no construyan el fututo sobre crímenes, sino sobre la memoria, la verdad y la justicia —sus lágrimas y mi sorpresa, después de tantos años, y sí, sí, después de tantos años, el amor y el dolor intactos asomándose en cuanto uno se descuida.
Como postre, si me permite la expresión, lector de mi columna escondida, la voz grabada del Carlos Jesús Castellanos, el hombre que llevó sobre sus hombros hasta que su conciencia no pudo soportarlo más, la sospecha de los enterramientos. Primero vio una pila de zapatos entre pastos altos junto al agua; después la tierra removida; después un ceibo manchado con sangre, unos zapatos femeninos, una cadenita; entonces cavó.


“Todavía esperamos que los militares hablen; ellos tienen la verdad”
Marcelo Villar, su hermana continúa desaparecida.

2 comentarios:

  1. A veces, el mundo puede ser una ventana.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. también una puerta para encontrar el camino a la poesía. Gracias por tu lectura y tu comentario.

      Eliminar