Cuarto
encuentro en el marco del ciclo "Lunes con la Memoria" que
organiza el Centro Municipal de Difusión de los Derechos Humanos.
Se me hizo tarde así que camino
ligero masticando unas pepas de girasol, camino porque el R12 me dejó como
quien dice, a pata, pienso que, involuntariamente, voy cumpliendo con la
indicación del médico “camine todos los días por lo menos media hora, Murillas”
a los médicos se les ha dado por hacer caminar a la gente. En la esquina de
Libertad y Obispo, en la vereda, un trío: Cherep, Director de Cultura y
Educación -
más conocido como el Turco-,
Carlos Fluxá y Cintia Mignone, siempre delgada, siempre con sus manos como
palomas sobrevolando sus palabras.
Dentro, dos o tres personas, me
siento lejos, atrás y a la derecha. Busco con los ojos a mi fotógrafa,
Jorgelina Urrutia; no está, si no aparece voy a tener que robarle la foto a
alguien más. Miro con atención: una vecina, una docente, un muchacho calcado
del Che, pelo, barba, boina, ojos del Che. Está sentado con los codos apoyados
en las rodillas y tiene las manos juntas como si rezara, apoyadas en los
labios, no reza, claro; mira, mira desde abajo porque tiene la cabeza inclinada
hacia el piso; mira, relojea, por curiosidad y timidez, desde esa posición
incómoda.
A las ocho y cuarto la puerta se abre y entra
una marabunta de jóvenes, masticadores de maníes encamisados y chizitos que
copan el salón y las sillas siempre blancas que forman una luna en cuarto
menguante en cuya concavidad el proyector y un escritorio esperan.
Carlos Fluxá –coordinador del Centro Municipal
de Derechos Humanos-, la retrospectiva, la enumeración de los encuentros, la
presentación de Cintia. Periodista, investigadora.
—¿Les parece que primero veamos un video, de
unos ocho minutos? —las manos de Cintia comienzan su vuelo nocturno, me hacen
pensar en esas palomas que mi abuela llamaba palomitas de la Virgen, livianas y
claras.
En la pared blanca la proyección que ya conozco
pero no puedo dejar de mirar y escuchar. Las fotografías de Marta Zamaro, de
Nilsa Urquía. Los testimonios de su hermana y de una amiga. Las voces quebradas
aún tras treinta siete años de los asesinatos. Nunca dejará de asombrarme ese
dolor en carne sangrante que no cicatriza que no está hecho solo de muerte y ausencia
como el dolor que debería ser, como el que muchos conocemos, ese dolor que va
menguando y se vuelve querido tan querido como el ausente, sino que es un dolor
que gime, se retuerce, aprieta los dientes, se revuelca desesperado esperando
muchas veces aquel cuerpo ausente para siempre que no deja de sembrarle una
duda terrible -¿y si todavía vive?- y sobre todo, esperando justicia, para
poder llorar finalmente en paz.
—¿Por qué tardaron 37 años en reabrir la causa
de Marta y Nilsa?
—Porque fue muy difícil convencer a la familia.
La hermana de Marta, en 2011 que fue cuando la asociación de Prensa se presentó
como querellante junto a la familia, dijo que su madre, -que tenía noventa y
cuatro años entonces-, “recién ahora” podía hablar de Marta y pensar en reabrir
la causa que… —otras vez las palomas de la Virgen y de fondo proyectada sobre
la pared, la imagen del mural de Viso y Cía., el mural pintado por Círculo de
dibujantes santafesinos en la Asociación de Prensa, la imagen congelada en la cara de Marta,
militando en la primera fila de una marcha surgida de la imaginación, de la imaginación
y el único brazo firme y la única mano ,teñida, de dedos teñidos, de uñas
teñidas con pintura imborrable, de Raúl Viso, donde las caras de Marta Zamaro,
de Rodolfo Walsh y de otros y otras reconocibles, hablan desde el muro previamente
blanquedo —…la causa que tras seis meses de investigación, de investigación
disfrazada de investigación, se cerró sin culpables y sin nombres. No me voy a
detener en los detalles de los cuerpos encontrados en los bajos del arroyo
Cululú el 16 de noviembre de 1974, -baste decir que llevaban la firma de la
triple A-, baste decir que en su casa de donde fueron secuestradas las dos, se
encontraron regadas en la escalera roturas, papeles...un zapato…—un silencio de
respiraciones contenidas y las palomas revoloteándolo—, ellas habían sido
amenazadas, estaban en la lista de los condenados.
Después de los asesinatos, los integrantes de
la redacción de Nuevo Diario -donde trabajaban Marta y gran parte todos los
huelguistas del Litoral-, pasaron a
formar parte de la lista de amenazados y se dispersaron.
“Al menos nosotros tenemos el cuerpo, sabemos
lo que le pasó”
Graciela Zamaro, hermana de Marta.