miércoles, 13 de junio de 2012

Presas y predadores


Viernes de teatro, después del teatro café con amigos o con una hermana, a la una de la mañana el regreso típicamente santotomesino -de los vecinos que viven en la zona de la costanera-, de caminar por la calle.

Laplatalaplatalaplata. El mensaje llega a los oídos pero hasta que uno comprende pasan algunos segundos: laplatalaplatalapalata, así en chorro y con una voz disfrazada, embozada como la cara del asaltante. Mi hermana lo escucha primero y me alerta, recién ahí lo escucho. Ella pica, como una gacela, la misma mirada en los ojos. La escucho gritar, un alarido que no le sale de la garganta, le viene de las tripas, es un chillido agudo. Me doy vuelta y lo veo: gorra, la cara cubierta por varias vueltas de bufanda. Una  mano en el manubrio, la otra estirada hacia delante como si empuñara algo ¿empuñaba algo? 
Me doy vuelta y lo miro un segundo o dos. Mi hermana sigue gritando mientras corre, el cuerpo se le va inclinando hacia delante, el cuerpo corre más rápido que sus pies.
No sé cómo pienso que es mi primera vez, que me entraron a la casa y me la desvalijaron pero de eso hace cinco años y ya me había olvidado, había elegido olvidarme por completo, como si nunca hubiera ocurrido; pero es la primera vez en la calle, la primera vez cara a cara, la primera vez que tengo que decidir qué hacer.
Mi hermana sigue gritando, un grito largo, agudo una A alargada y desesperada seguida de una inspiración e inmediatamente otra A  no humana: animal.

Corro, no decido correr, mi cuerpo lo decide y corro; pico.

El cuerpo de mi hermana que corre delante de ella está casi paralelo al piso; se inclina aún más y ella cae, desparramada, sin dejar de repetir esa A con la que voy a soñar esta noche. No la veo a ella, veo un conejo y percibo un águila con las garras prontas. Estiro el brazo para ayudarla pero mi cuerpo también está paralelo al piso, también se inclina un poco más hacia el piso, también cae sobre el piso.
Ella no puede levantarse, se remueve sobre el pasto. Miro hacia atrás: se asustó, lo perdimos. Miro a mi hermana, no la ayudo, estoy intentando juntar mis propios huesos; logra levantarse, sigue corriendo. Sacá la llave, me dice. Abre la verja. Abrí, abrí, me dice.
Nos lleva varios minutos recobrar el aliento. La obra de teatro, buen texto, muy buen texto; el café, caliente, amargo, la charla entre hermanos, entre desconocidos unidos por la sangre.
La miro, ha buscado un paño y limpia su saco. Me duele el codo, me dice; me raspé la rodilla, me dice mientras el saco recobra su color negro sin pasto sin tierra.
Hiciste bien en gritar así, le digo.
¿Lo viste?, me dice.
Asiento.
No puedo creer que pase en Santo Tomé, me dice.
Hace rato que pasa, le digo.

Lo escuché: lalatalaplatalalata; lo vi; corrí: una rata y una lechuza.




No hay comentarios:

Publicar un comentario