domingo, 9 de diciembre de 2012

Noche de viernes



Linda noche de viernes, para caminar mirando el río y  escuchando folklore. Si bien uno ha andado el Festival Paso del Salado, digo, andado a pie, durante los cuarenta años que lleva el Festival andando él a su vez por Santo Tomé, otra forma de andarlo es entrando con los ojos bien abiertos al libro Noches de Festival del Profesor Ernesto A. Grenón o, Don Tito Grenón o, Don Tito a secas nomás,  que es como todos lo conocemos acá.
Noches de Festival es una recopilación minuciosa –aunque en contratapa Don Tito diga que se trata de un recorrido somero‒ de  las treinta y nueve ediciones del encuentro, destacándose particularidades, esfuerzos, logros, reconocimientos y consagrados. Debo decir para la próxima, digo la próxima edición, ampliada, dentro de unos años y diciendo esto ya pongo en un brete al autor y al municipio, que las fotografías me supieron a poco, digo, como sugerencia de lector nomás.   

Linda noche de viernes también par andar recordando, digo, que después del festival el río se oscurece un poco más y parece  hablarle a uno, y a mí me suena, siempre que lo miro a estas horas poco usuales de andar mirándolo, a voces lejanas, esas de las que apenas me acuerdo el timbre y que sin embargo, en la noche reaparecen en la voz aguada del río, trayéndome historia viejas como esta que me contaba mi abuelo, entre otras tantas, todas ellas llenas de animales, algunos más zonzos que el mono de esta que les voy a contar, otros inteligentes como cristianos –así decía mi abuelo que se llamaba  Ramón, para más datos‒ y llenas también de esas cosas que dan para quedarse pensando, como seguro se quedó pensando el mono de la historia que el viernes en la anoche recordé mientras miraba el río negro cargado de noche, y que ahora escribo, tratando de respetar las palabras, ahora desusadas, del abuelo Ramón, así como su forma de contármela:
Un mono que entró por una ventana abierta en casa ajena y encontró colgada de un clavo una cinta elástica. La tomó de la punta, la estiró, y al soltarla sin pensar vio que pegaba fuerte en la pared. Le gustó el juego; la estiró más y más, pegando así cada vez más fuerte en la pared.
Entonce pensó en estirarla con todas sus fuerzas para ver hasta dónde podría alcanzar y quién seria más fuerte, si él o la cinta. Estiró, estiró; la cinta se iba poniendo larga y más larga pero se adelgazaba y también empezaba a resistir. El mono tiraba siempre, pero algo como un recelo íntimo le aconsejaba la prudencia, y parecía decirle no abusar, no tirar hasta el último límite. La cinta ya casi no daba; el mono se sentía a la vez, y no sin cierto deleite tentado a seguir y con cuidado; daba tirones todavía, pero pequeños y el instintivo temor de algo que, sin que supiera bien qué, le parecía poder ocurrir, exageraba su voz.
Al fin, y cediendo a ganas casi enfermizas de tentar la suerte, dio una sacudida más y ¡zaz!, recibió en un ojo, con una fuerza bárbara, el clavo sacado de la pared por la cinta elástica.
Quedó tuerto, pero un poco más juicioso…dicen. ¿Quién sabe?    

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