miércoles, 17 de julio de 2013

Invitados especiales y recuerdos escurridizos




Cuatro mujeres en la sexta jornada del ciclo “Lunes con la memoria”, organizado por el Centro Municipal de difusión de los Derechos Humanos, coordinado por Carlos Fluxá.

Los presos políticos detenidos clandestinamente en Santo Tomé.
La Casita; con ese nombre se conoce al lugar donde fueron torturados.  
Cuatro mujeres dieron testimonio el lunes ante una concurrida audiencia. 

“Volvió el frío”, me dice Carlos cuando me acerco a la esquina. Lo miro asombrado, “Volvió el frío, no hay niebla pero hace frío”. Entonces comprendo su cortesía. Ha leído el artículo del quinto encuentro “Sin frío” comenzaba diciendo.
Pues bien, entonces, nobleza obliga y empiezo: Volvió el frío, no hay niebla pero hace frío. En la puerta de las oficinas de la Dirección de Cultura y Educación un racimo de  seis hombres esperan. Dentro, las sillas también esperan.
Como de costumbre me ubico en la última fila, a la izquierda, llevo maletín, he andado todo el día y estoy cansado. Una jovencita intenta arrearme sin éxito hacia las primeras filas. El clon del Che no lleva boina, ni gorro de lana, ni nada que le cubra la cabellera envidiablemente negra y abultada. Está sentado en la primera fila a la derecha, como en cada encuentro. Desde allí escuchará como espiando porque tiene la costumbre de encogerse sobre la silla.
Cada lunes un puñado de asistentes nos repetimos, no más de seis o siete, el resto de las sillas contienen caras nuevas.
Carlos se acerca y me señala la ausencia de jóvenes. “Las vacaciones de invierno”, me dice un tanto fastidiado. Asiento.
Escucho el murmullo previo, un ruido hecho de cientos de frases que juntas que se confunden, presto atención y descifro algunas. 
“No vino porque tienen el suegro internado”
“Sí, vi la foto en el diario; cómo tenía el ojos, parece que quiso violarla”. Evidentemente el tema del día es el asalto a la panadería. Tuve suficiente de eso por hoy así que dejo de oir y vuelvo a recibir solo el murmullo. Carlos ha tomado el micrófono y lo golpea señalando que no funciona, de pronto el golpeteo comienza a salir por los parlantes, es un sonido de tambor metálico.
Tras la mesa y el mantel blanco cuatro sillas rojas y cuatro mujeres. No puedo evitar la asociación: la sangre siempre presente en la mujer, la menstruación, el parto, y en el caso de Patricia Traba, Anatilde Bugna, Stella Vallejos y Silvia Abdolatif,  también de la tortura.  
Detenidas en mil 1976 fueron trasladadas a La Casita. Se turnan para hablar. Sorprendentemente no se superponen unas a otras como acostumbran las mujeres. Se centran en testimoniar la existencia de La Casita que está probada en juicio. Se lamentan de que los que consideran los principales responsables de aparato estatal que participó en los secuestros hubiesen muerto antes de recibir la sentencia.
Nuevamente la dignidad. Quiero decir que si algo ha caracterizado el ciclo es la dignidad de los expositores. No he escuchado palabras fuera de lugar. No he escuchado testimonios que apelen a provocar escalofríos. Lo íntimo, el dolor -físico y moral- no ha sido expuesto ni utilizado ni embanderado. No puedo evitar sentir admiración y respeto, una vez más.
La noche discurre al ritmo de estas mujeres que se llaman por apodos: Turca, Negra, Patri, que tienen facilidad para la risa. Anatilde Bugna cultiva el humor negro, una forma de poder decir lo indecible, de explicar lo inexplicable. Pero hay rastros, tras la sonrisa y la camaradería, hay rastros, un leve temblor en la voz o en las manos, una dureza afirmada en el rostro…y pasaron más de treinta años.
Me resulta difícil elegir para usted, lector, fragmentos del diálogo con los presentes, así que le trascribo las primeras frases que vienen a mi cabeza, como siempre, frases sueltas que, espero, le abran alguna puerta.
“Somos gente normal con vidas normales —se miran entre ellas se ríen—, bueno bastante normales”. 
“A veces nos hemos tomamos vacaciones de la memoria”.
“Algunas de las que estuvieron ahí, todavía no hablan de eso”.
“Ponían la música alta cuando torturaban, por eso suponemos que había vecinos cerca”.
“El piso de la entrada estaba frío”.
“No sabemos qué clase de pacto de silencio hicieron militares y civiles santotomesinos pero no lo han roto, hasta ahora”.

El lugar donde se encontraba La Casita sigue siendo un misterio por resolver.

—¿Qué significaría para ustedes que se encontrara La Casita?
—Significaría que alguien habló y eso sería lo importante.
—Significaría que podríamos saber sobre los que no sobrevivieron.
  
—¿Qué es lo que quieren?
—Que algún santotomesino se anime a confiar en la justicia y hable.

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