Los presos políticos detenidos clandestinamente
en Santo Tomé.
La Casita; con ese nombre se conoce al lugar
donde fueron torturados.
Cuatro mujeres dieron testimonio el lunes ante
una concurrida audiencia.
“Volvió el frío”, me dice Carlos cuando me
acerco a la esquina. Lo miro asombrado, “Volvió el frío, no hay niebla pero
hace frío”. Entonces comprendo su cortesía. Ha leído el artículo del quinto
encuentro “Sin frío” comenzaba diciendo.
Pues bien, entonces, nobleza obliga y empiezo:
Volvió el frío, no hay niebla pero hace frío. En la puerta de las oficinas de
la Dirección de Cultura y Educación un racimo de seis hombres esperan. Dentro, las sillas
también esperan.
Como de costumbre me ubico en la última fila, a
la izquierda, llevo maletín, he andado todo el día y estoy cansado. Una jovencita
intenta arrearme sin éxito hacia las primeras filas. El clon del Che no lleva
boina, ni gorro de lana, ni nada que le cubra la cabellera envidiablemente
negra y abultada. Está sentado en la primera fila a la derecha, como en cada
encuentro. Desde allí escuchará como espiando porque tiene la costumbre de
encogerse sobre la silla.
Cada lunes un puñado de asistentes nos
repetimos, no más de seis o siete, el resto de las sillas contienen caras
nuevas.
Carlos se acerca y me señala la ausencia de
jóvenes. “Las vacaciones de invierno”, me dice un tanto fastidiado. Asiento.
Escucho el murmullo previo, un ruido hecho de
cientos de frases que juntas que se confunden, presto atención y descifro
algunas.
“No vino porque tienen el suegro internado”
“Sí, vi la foto en el diario; cómo tenía el
ojos, parece que quiso violarla”. Evidentemente el tema del día es el asalto a
la panadería. Tuve suficiente de eso por hoy así que dejo de oir y vuelvo a
recibir solo el murmullo. Carlos ha tomado el micrófono y lo golpea señalando
que no funciona, de pronto el golpeteo comienza a salir por los parlantes, es un
sonido de tambor metálico.
Tras la mesa y el mantel blanco cuatro sillas
rojas y cuatro mujeres. No puedo evitar la asociación: la sangre siempre
presente en la mujer, la menstruación, el parto, y en el caso de Patricia
Traba, Anatilde Bugna, Stella Vallejos y Silvia Abdolatif, también
de la tortura.
Detenidas en mil 1976 fueron trasladadas a La
Casita. Se turnan para hablar. Sorprendentemente no se superponen unas a otras
como acostumbran las mujeres. Se centran en testimoniar la existencia de La
Casita que está probada en juicio. Se lamentan de que los que consideran los
principales responsables de aparato estatal que participó en los secuestros
hubiesen muerto antes de recibir la sentencia.
Nuevamente la dignidad. Quiero decir que si
algo ha caracterizado el ciclo es la dignidad de los expositores. No he
escuchado palabras fuera de lugar. No he escuchado testimonios que apelen a
provocar escalofríos. Lo íntimo, el dolor -físico y moral- no ha sido expuesto
ni utilizado ni embanderado. No puedo evitar sentir admiración y respeto, una
vez más.
La noche discurre al ritmo de estas mujeres que
se llaman por apodos: Turca, Negra, Patri, que tienen facilidad para la risa. Anatilde
Bugna cultiva el humor negro, una forma de poder decir lo indecible, de
explicar lo inexplicable. Pero hay rastros, tras la sonrisa y la camaradería,
hay rastros, un leve temblor en la voz o en las manos, una dureza afirmada en
el rostro…y pasaron más de treinta años.
Me resulta difícil elegir para usted, lector, fragmentos
del diálogo con los presentes, así que le trascribo las primeras frases que
vienen a mi cabeza, como siempre, frases sueltas que, espero, le abran alguna
puerta.
“Somos gente normal con vidas normales —se
miran entre ellas se ríen—, bueno bastante normales”.
“A veces nos hemos tomamos vacaciones de la
memoria”.
“Algunas de las que estuvieron ahí, todavía no
hablan de eso”.
“Ponían la música alta cuando torturaban, por
eso suponemos que había vecinos cerca”.
“El piso de la entrada estaba frío”.
“No sabemos qué clase de pacto de silencio
hicieron militares y civiles santotomesinos pero no lo han roto, hasta ahora”.
El lugar donde se encontraba La Casita sigue siendo
un misterio por resolver.
—¿Qué significaría para ustedes que se
encontrara La Casita?
—Significaría que alguien habló y eso sería lo
importante.
—Significaría que podríamos saber sobre los que
no sobrevivieron.
—¿Qué es lo que quieren?
—Que algún santotomesino se anime a confiar en
la justicia y hable.
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