sábado, 6 de septiembre de 2014

LA CIUDAD DIBUJADA….hoy, botón antipánico en el municipio



Entonces la veo pasar corriendo, casi me lleva por delante mientras yo, con la mano en alto, saludo, porque ni bien entro al municipio los saludos van y vienen; decía que entonces la veo, lleva tacos, calculo que cumplirá pronto cincuenta, no se esmera en disimularlos, solo en llevarlos con gracia, con kilos extra y alguna que otra cana rebelde a la tintura; ella pasa corriendo hacia mayordomía, no puedo evitar, estimado lector, seguirla, escuchar.
—Julio tengo una señora que aterrizó ni sé bien cómo en mi oficina tiene una orden para que le demos un botón antipánico y se me está cayendo a pedazos. Parecería que le han pegado.
Afuera llueve, es jueves. La mujer probablemente no ha cumplido los cuarenta años y está empapada. También está blanca como un papel, para decirlo de alguna forma. Sentada en una silla a la entrada de la pequeña oficina, una oficina un tanto asfixiante por su tamaño, por la acumulación de papeles, por la cercanía en que se encuentran los dos escritorios que contiene. La miro con atención, busco indicios que me confirmen la frase en condicial . 
—¿Julio sería posible un té o un café para la señora?, póngale mucha azúcar
—Sí, ya se lo mando.
La empleada municipal, ahora, mientras miro a la mujer que chorrea lentamente agua que va formando sobre el piso un pequeño charco que dentro de quince minutos será un gran charco, corre, digo, que la empleada corre por las escaleras hacia la Secretaría de Gobierno para bajar siempre corriendo, con un papelito en la mano y diciendo Kolev no está Kolev no está.
La empleada entra en su oficina, pisa el charco y toma el teléfono. Mira a la mujer, mira los papeles que ha traído que, húmedos, están sobre uno de los escritorios
—Señora póngale toda el azúcar que le traje al té —le dice la empleada a la mujer y la mujer obedece. Toma el sobre de azúcar lo abre lo vierte en la taza y revuelve mientras tiembla o por mejor decir sigue temblando o tal vez no tiembla solo tirita porque está empapada.
“Vengo del juzgado dice la mujer” y la empleada corta porque el tono en el teléfono es de ocupado, se queda unos segundos mirando el papelito donde el número al que ha marcado dos veces porque la primera se ha equivocado, está escrito en letra apurada y después mira a la mujer que se va como derritiendo sobre la silla.
No ha pasado ni un minuto cuando Kolev llega presuroso y la empleada le dice que la mujer ha venido desde Santa Fe en  moto, bajo la lluvia y, señalando con el dedo, que tiene esas órdenes del juzgado -esas que, húmedas y un tanto arrugadas esperan sobre el escritorio- le dice también que el teléfono da ocupado y Kolev saca el celular, llama y se lo lleva a la oreja mientras toma los papeles y posa por un instante los ojos sobre ellos, luego, sacude la cabeza: “Leeme por favor que vine corriendo y me dejé los anteojos”
La empleada lee, lentamente. “Voy a necesitar fotocopias”, dice Kolev más para sí que para alguien más, pero la empleada ya hecho un sí con la cabeza; y otra vez la carrera por las escaleras, arriba y abajo.
Quince minutos de lluvia morosa sobre la ciudad y el trámite, por llamarlo de algún modo, había terminado. Después  la empleada ha vuelto hasta mayordomía -ahora caminando; presto atención  al ruido que llega a mis oídos, viene de los tacos de los zapatos de la empleada,  sus pasos resuenan sobre los mosaicos, son pasos de mujer,  pienso que a diferencia de otros tacos que me he detenido a escuchar estos suenan seguros y tranquilos. Mientras me entretengo mirando su cabello recogido en un rodete a la antigua, la empleada ha preguntado dónde hay un escurridor y un trapo, después ha caminado hasta su oficina ha limpiado el piso y ha vuelto a mayordomía a devolverlo todo. Antes de regresar para sentarse a su escritorio ha cruzado una mirada profunda con Julio que le ha preguntado ¿Ya está? Ella ha contestado sí con la cabeza y ha dicho gracias.  
Al otro día, a media mañana Kolev entrará en la oficina, la empleada tendrá las narices dentro de alguna ordenanza que estará leyendo, o estará “sumando restando multiplicando y dividiendo” como le gusta contestar cuando alguien le pregunta cuál es su trabajo. Los que la conocen y conocen de su sarcasmo saben que también suele contestar “nada soy empleada municipal no hago nada tomo mate nomás”, entonces, cuando Kolev le hable, ella levantará la cabeza y Kolev le dirá gracias por lo de ayer y ella dirá de nada.
 

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