Entonces
la veo pasar corriendo, casi me lleva por delante mientras yo, con la mano en
alto, saludo, porque ni bien entro al municipio los saludos van y vienen; decía
que entonces la veo, lleva tacos, calculo que cumplirá pronto cincuenta, no se
esmera en disimularlos, solo en llevarlos con gracia, con kilos extra y alguna
que otra cana rebelde a la tintura; ella pasa corriendo hacia mayordomía, no
puedo evitar, estimado lector, seguirla, escuchar.
—Julio
tengo una señora que aterrizó ni sé bien cómo en mi oficina tiene una orden
para que le demos un botón antipánico y se me está cayendo a pedazos. Parecería
que le han pegado.
Afuera
llueve, es jueves. La mujer probablemente no ha cumplido los cuarenta años y
está empapada. También está blanca como un papel, para decirlo de alguna forma.
Sentada en una silla a la entrada de la pequeña oficina, una oficina un tanto
asfixiante por su tamaño, por la acumulación de papeles, por la cercanía en que
se encuentran los dos escritorios que contiene. La miro con atención, busco
indicios que me confirmen la frase en condicial .
—¿Julio
sería posible un té o un café para la señora?, póngale mucha azúcar
—Sí,
ya se lo mando.
La
empleada municipal, ahora, mientras miro a la mujer que chorrea lentamente agua
que va formando sobre el piso un pequeño charco que dentro de quince minutos
será un gran charco, corre, digo, que la empleada corre por las escaleras hacia
la Secretaría de Gobierno para bajar siempre corriendo, con un papelito en la
mano y diciendo Kolev no está Kolev no está.
La
empleada entra en su oficina, pisa el charco y toma el teléfono. Mira a la
mujer, mira los papeles que ha traído que, húmedos, están sobre uno de los
escritorios
—Señora
póngale toda el azúcar que le traje al té —le dice la empleada a la mujer y la
mujer obedece. Toma el sobre de azúcar lo abre lo vierte en la taza y revuelve
mientras tiembla o por mejor decir sigue temblando o tal vez no tiembla solo tirita
porque está empapada.
“Vengo
del juzgado dice la mujer” y la empleada corta porque el tono en el teléfono es
de ocupado, se queda unos segundos mirando el papelito donde el número al que
ha marcado dos veces porque la primera se ha equivocado, está escrito en letra
apurada y después mira a la mujer que se va como derritiendo sobre la silla.
No
ha pasado ni un minuto cuando Kolev llega presuroso y la empleada le dice que
la mujer ha venido desde Santa Fe en moto, bajo la lluvia y, señalando
con el dedo, que tiene esas órdenes del juzgado -esas que, húmedas y un tanto
arrugadas esperan sobre el escritorio- le dice también que el teléfono da
ocupado y Kolev saca el celular, llama y se lo lleva a la oreja mientras toma
los papeles y posa por un instante los ojos sobre ellos, luego, sacude la
cabeza: “Leeme por favor que vine corriendo y me dejé los anteojos”
La
empleada lee, lentamente. “Voy a necesitar fotocopias”, dice Kolev más para sí
que para alguien más, pero la empleada ya hecho un sí con la cabeza; y otra vez
la carrera por las escaleras, arriba y abajo.
Quince
minutos de lluvia morosa sobre la ciudad y el trámite, por llamarlo de algún
modo, había terminado. Después la empleada ha vuelto hasta mayordomía
-ahora caminando; presto atención al ruido que llega a mis oídos, viene
de los tacos de los zapatos de la empleada, sus pasos resuenan sobre los
mosaicos, son pasos de mujer, pienso que a diferencia de otros tacos que
me he detenido a escuchar estos suenan seguros y tranquilos. Mientras me entretengo
mirando su cabello recogido en un rodete a la antigua, la empleada ha
preguntado dónde hay un escurridor y un trapo, después ha caminado hasta su
oficina ha limpiado el piso y ha vuelto a mayordomía a devolverlo todo. Antes
de regresar para sentarse a su escritorio ha cruzado una mirada profunda con
Julio que le ha preguntado ¿Ya está? Ella ha contestado sí con la cabeza y ha
dicho gracias.
Al otro
día, a media mañana Kolev entrará en la oficina, la empleada tendrá las narices
dentro de alguna ordenanza que estará leyendo, o estará “sumando restando
multiplicando y dividiendo” como le gusta contestar cuando alguien le pregunta
cuál es su trabajo. Los que la conocen y conocen de su sarcasmo saben que
también suele contestar “nada soy empleada municipal no hago nada tomo mate
nomás”, entonces, cuando Kolev le hable, ella levantará la cabeza y Kolev le
dirá gracias por lo de ayer y ella dirá de nada.
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